GLOSARIO CATORCE (118 – 124), por Javier Puig

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GLOSARIO CATORCE (118 – 124)

118.- “Construiré una fuerza en la que me refugiaré para siempre” (Simone de Beauvoir, en su primera juventud)

El drama del ser humano es su debilidad, la fatal precariedad de sus certezas, la reincidencia del temor, la dependencia de un número infinito de posibilidades que se clasifican en reveses o espaldarazos al aliento propio. Vivir es estar preso de las vicisitudes que a veces lastiman nuestra sensibilidad desbordada.

Nunca he creído a quienes afirman que es posible adquirir una felicidad sin fisuras. En lo que sí creo es en armarse de fuerza, consistencia, conocimiento, serenidad, para poder reducir, acortar, conllevar los efectos de la esporádica o recurrente adversidad.

119.- Amar es cansarse de estar solo (Fernando Pessoa)
Pessoa era un poeta muy triste, un hombre que no creyó enteramente en las bondades de la vida porque solo alcanzó a adivinarlas. Uno se cansa de estar solo, pero no por ello se ama. O es que ¿cansarse de estar solo es ya empezar a amar? El amor no es indefectible cuando se lo necesita para salir del atolladero de uno mismo. Se puede buscar a otro, pero para huir de uno mismo y – a pesar de las forzadas apariencias – para refugiarse en él, sin verdadero afecto.

120.- Sin abandonar mi casa conozco el mundo entero (Lao Tse)
La casa, es decir la quietud, los estímulos aminorados, la confianza en el propio ser, la totalidad en el ejercicio de la mente, en sus recorridos imaginados. O la pura sensación de vivir, la intensa conciencia de ser reflejado en la intensidad de los contornos que dan al mundo esa fuerza de la realidad que lo es, aunque se manifieste en su simple redundancia, en su escueta densidad. El mundo entero es lo que se ve o lo que se concibe, es esa insatisfactoria respuesta a una pregunta muy nuestra, a veces cansada, otras muy viva.

121.- No hay esperanza sin temor ni temor sin esperanza (Spinoza)
El hombre vive en la perentoriedad de un vaivén. La esperanza es un agarradero incierto, peligroso, si muestra su sarcasmo, si nos espeta su condición de irrealidad, de base ilusoria. El futuro es el lugar al que vamos desde nuestro deslizamiento. No sabemos si seguiremos cayendo con buen pie, con la atenuación que intentan forjar nuestras explicaciones; o si esta vez caeremos descalabrados. En lo que nos acaecerá, apenas disponemos de la creencia en las construcciones erigidas del material de nosotros mismos. Hay azares poderosos, destructivos, que podrían manifestarse, alcanzar su dramática culminación. Y si cuando hay temor sobreviene la esperanza, es porque se confía en el poder de lo frágilmente establecido.

122.- Sigo prefiriendo una lucidez triste que una ilusión feliz (Enmanuelle Cárrere)
La lucidez es claridad que no miente, descubrimiento del grito de lo obvio, desbaratamiento de la ilusión, que es engaño consentido, manipulación emocional a través de ideas autoimpuestas. La ilusión feliz se sostiene invicta hasta que la ostentosa presencia de la realidad la desbarata¸ hasta el contraste con la contundencia de un relato adverso. La licitud de su uso se basa en la teoría de la validez de nuestros sentimientos, en detrimento de las verdades de un supuesto signo infausto. Estar triste no es lo indeseable de por sí; de hecho, es un asentamiento seguro, una pose que no deniega la belleza.

123.- Ligeros como el pájaro, no como la pluma (Paul Valery)
La ligereza es la virtud más humilde. Se basa, no en la jactancia, sino en el hallazgo de un camino fiel a nuestro aliento. Lo que no pesa no es la ausencia de nuestras implicaciones, sino la no necesidad de los sueños, la certeza sucesiva en una facilidad que ha costado y que hay que reponer bastante a menudo. Surquemos las frondas con la jovialidad de la entrega.

124.- La costumbre nos arrebata el verdadero rostro de las cosas (Montaigne)
La redundancia de las cosas nos adormece, nos ciega la reincidencia de una imagen. Nuestro aturullado tránsito cotidiano nos hurta la necesaria detención en cada objeto que se propugna profundo. Soslayamos la llamada de aquello que, en su limitación, alberga una ancha representación de los secretos de la realidad. Con la prisa de quien se siente sabedor de lo preciso, en la reducción de lo previamente designado, rebasamos los rostros, los paisajes, las palabras. Abrir los ojos a la gran interioridad de lo evidente es alcanzar un grado más en el despertar, acceder a los primores de lo espontáneo.

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