Archivo de la categoría: Dietario

Los Confinados, A modo de epílogo o coda. Por Eduardo Boix

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Decíamos ayer.

Parece que volvemos a salir. La nueva normalidad la llaman. Nos aguarda un futuro incierto. ¿Qué pasará? Yo me conformo con poder ir a la playa, poder pasear, quedar con Pedro Serrano y Javier Cebrián a tomar una copa o un ColaCao en algún bar de moda a las tantas de la madrugada. No va a ser lo mismo.

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Los Confinados 47, por Eduardo Boix

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DÍA 47

 

Karen Arnold en Pixabay

De niño tuve un pájaro que vivió enjaulado unos años. Se llamaba Pepe, era azul grisáceo. Un periquito auténtico que me regaló una clienta de la carnicería de mi padre. También cuidamos en casa de dos galápagos, que acabaron siendo grandes. Comían unas gambas que olían a podrido. Me daban arcadas cada vez que acercaba la nariz a la comida de las tortugas. No tuvimos más animales por decisión unilateral de mis padres. Realmente siempre nos ha dado lástima tener seres vivos encerrados. Mis abuelos tuvieron gatos, perros, pájaros, caballos, corderos, cerdos. Mi experiencia con animales ha venido a través de las vacaciones en el chalet. Mi abuelo rescató un halcón que siguió regresando un tiempo. Fue nuestro amigo.

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Los Confinados 46, por Eduardo Boix

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DÍA 46

 

xarxatic.com

 

Recuerdo el  primer día de colegio, yo no dejaba de llorar. Me vienen las imágenes, los olores, la luz. Todo se agolpa en mi mente. Me sentaron con Joaquín que no paraba de pintar la mesa de negro. Gastó toda la cera en la mesa, pobres limpiadoras. Ellas no entenderían su genialidad. Me han marcado mucho mis compañeros de colegio. Pasé los mejores o peores años de mi vida con ellos. Fui dichoso. Si hay que definir la felicidad de una persona yo marcaría esa época sin dudarlo. No me gustaba el colegio, no os quiero engañar, pero hubo magia.

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Los Confinados 45, por Eduardo Boix

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DÍA 45

 

Nunca me ha gustado el deporte. Lo he contado infinidad de veces en artículos, poemas, cuentos. Me ha parecido siempre aburrido y cansado. Con lo a gusto que se está tumbado en una hamaca leyendo. Es cierto que he envidiado la destreza que algunos amigos tienen con el balón, pero a mí me crearon con dos piernas izquierdas. Más torpe no he podido ser. Ayer amanecimos con la muerte de Michael Robinson. Un tipo divertido que cayó bien a todo el mundo, cosa muy difícil en este país. Me gustó su forma de afrontar el periodismo deportivo.

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Los Confinados 44, por Eduardo Boix

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DÍA 44

 

Todo el mundo es un gran cuento y nosotros actuamos
en él. Momo. Michael Ende.

 

 

Acudí a mi primera manifestación comiendo churros. Tendría cinco o seis años, iba con mi madre. Recuerdo ese día perfectamente. Todos los colegios de la ciudad nos rebelábamos contra alguna ley o decreto educativo. Mi madre llevaba un vestido violeta y me llevaba de la mano. Yo llevaba el cartucho de churros. Era feliz por dos motivos: no había clase, siempre he odiado el colegio y era novedoso ir al Ayuntamiento. ¿Quién trabaja en el Ayuntamiento mamá? Los funcionarios. ¿Con quién vamos a hablar mamá? Con los políticos. Yo me imaginaba a funcionarios y políticos como a los hombres grises de Momo. Señores serios, con traje y sombrero.

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Los Confinados 43, por Eduardo Boix

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DÍA 43

 

— ¿Sigues escribiendo?
—Sí. Te lo he dicho. Me encanta escribir y te aseguro que escribo con regularidad.
Pero escribo para mí. Por mi propio placer.
Y quiero que me dejen solo para poder hacerlo.
J. D. Salinger.

 

 

Alguna profesora de literatura me obligó a leer El guardián entre el centeno. No recuerdo si saqué buena nota, solo sé que me fascinó aquel libro. En Internet, la cuna que mece a los “sabios”, hay referencias de lectores que no les gustó el libro porque no tiene trama. A veces es mejor callarse, hacerse el tonto y ser feliz. No merece la pena discutir con los flamantes críticos que todo lo pueblan. Como he dicho antes a mí me embrujó aquel libro. Tal vez me sentí identificado con el protagonista.

Como dije en textos anteriores yo pretendía, como dijo Gerardo Irles, ser un excritor. ¿A quién le iban a interesar mis historias? El Coronavirus ha hecho que vuelva a escribir, no sé si mejor o peor, pero me obligo a contar cosas. Ayer la segunda cadena de Televisión española,  programó la película, el biopic como dicen los modernos, Rebelde entre el centeno. Me encantó la película porque me descubrió al Salinger persona. Siempre, desde la distancia, he admirado a este escritor Norteamericano. Es un referente para muchas generaciones de contadores de historias. La veracidad es el sello de la película. Un escritor se forja a raíz de rechazos editoriales. Nunca entenderé a la gente que se autopublica mensualmente. Escriben, maquetan y suben a Amazon libros. Sin filtros, a tumba abierta. Otros aunque tardan más en publicar hacen lo mismo. ¿Se les puede denominar escritores o realmente son escribidores, casi escribanos? Pobres editores que bregan con iluminados que se creen Tolstoi y se cabrean ante el rechazo.  Pero no solo publican, usan las redes sociales como autobombo y realizan autoentrevistas y hasta clubs de lectura. Salinger se apartó de todo. Contó para sí mismo, por placer. Tuvo la valentía de decir hasta aquí.

 

Parece que se me ha ido la fiebre del excritor. He vuelto a la arena. Estos textos de Los confinados, son una herramienta para  probar estilos, voces narrativas, temáticas. Estos simples ejercicios de escritura me han devuelto a la vida.

 

 

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Los Confinados 42, por Eduardo Boix

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DÍA 42

 

De sol, espiga y deseo/Son sus manos en mi pelo/De nieve, huracán y abismos/El sitio de mi recreo.
El sitio de mi recreo. Antonio Vega.

Me descubro llorando en la puerta del ascensor. Voy a bajar la basura. En los tiempos que corren, ese simple gesto, se convierte en una hazaña. Llegará el día, en el que contaremos a los nietos, el valor que tiene el poder pisar la calle unos segundos.  No lloro por nada aparente. Un cúmulo de circunstancias personales me llevan a una situación de fronteriza. Se avecinan cambios. Se rompen los cristales de la casa de mis sueños. Así es la vida. Tenemos que crecer. Con cuarenta años estoy muy lejos del niño que fui.

 

Escucho en bucle El sitio de mi recreo de Antonio VegaPodría ser mi canción. Tal vez Antonio, tenga varios temas que, en diferentes momentos de mi vida, me han servido para poner banda sonora a las vivencias. La pongo una y otra vez, los discos ya no se rayan, todo funciona online. Vuelvo a llorar. El sitio de mi recreo pueden ser tantas cosas: el instante en que perdí la virginidad, los partidos de fútbol del colegio, la primera borrachera, los eternos veranos en el chalet, los sueños hechos pedazos, las risas en un banco de un parque, los primeros besos, la primera película en un cine. Son tantos los recuerdos que me produce la canción de Vega que se desata un huracán de emociones.

 

Me asomo al abismo en muchas ocasiones. Es mi única forma de crear. Observo mi reflejo en las aguas de la memoria. Me sigo reconociendo, no he cambiado tanto. Más canas, tal vez y menos pelo. Pero la esencia es la misma. Sigo siendo el niño llorón que temía todo.  Eso me ha salvado.

 

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Los Confinados 41, por Eduardo Boix

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Día 41

 

Juzgar es lo que nos derrota. Coronel Walter E. Kurtz. Apocalypse Now

 

Que el hombre es un lobo para el hombre es un hecho empírico. Nos despedazamos. Juzgamos la vida de los otros desde nuestro prisma. Tengo la razón o tengo la verdad, son dos frases muy usadas. Yo los llamo los listos, hay muchos, se les reconoce fácilmente en la cola del supermercado, en los bares, paseando el perro, en tu propia familia. Juzgar es muy fácil, es un desahogo rápido. Ponerte en la piel del otro, desarrollar la empatía, ayudar, es lo complicado. Vivimos tiempos convulsos donde todos debemos poner de nuestra parte.

Pero los listos se siguen paseando impunemente. Opínologos, guardianes de la moral, que opinan sin parar. Aprendices de todo, maestros de nada. Les miro con cierta lástima. Pobrecitos bastante tienen con ser como son. Pero ellos no son así por gusto. No existe una ciencia exacta que les haga así. Es fruto de la maduración de la educación familiar y de los guías que siguen en los medios de comunicación. Hay mucho iluminado. Grandes poseedores de la verdad. A veces desde el balcón lo gritan ó lo aplauden. No pueden parar de hacerlo. Es una pulsión que se desborda por sus entrañas. Si lo guardan en su interior se pudre y pueden enfermar. Dejémosles que no paren. Que sigan.

Hoy es el día cuarenta y uno. Hemos cruzado la línea invisible de la cuarentena. Los listos siguen ahí, con sus historias. Hoy me acuerdo de Machado. Él ya hablaba de nuestros amigos. De diez cabezas, nueve/embisten y una piensa./Nunca extrañéis que un bruto/se descuerne luchando por la idea.

 

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Los Confinados 40, por Eduardo Boix

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DÍA 40

 

Siempre he vivido las azoteas. Sí, querido lector, lo has leído bien, VI-VI-DO. De pequeño subíamos mi madre y yo a la terraza para darme la comida. Era un niño un tanto especial yo. Me gustaba comer ensaladilla rusa junto al tendedero, al sol. Creo, que de tanto sol en la cabeza la imaginación se ha desbordado, por eso soy escritor. Recuerdo esos días de mi niñez con cierta nostalgia. Yo, en mi inocencia, creía que nos trasladábamos a otro mundo. A veces sueño con ese tiempo.

 

Algunas tardes, Luz y yo subimos a la azotea a respirar. Tenemos la suerte de, por localización y altura, estar en el edificio más alto de la zona. Divisamos hasta el mar. Si te fijas bien, se puede apreciar la espuma de las olas. Es una delicia. Con esto del confinamiento la contaminación ha bajado y se nota en la tonalidad del paisaje. Nos gusta mirar a nuestros vecinos de azotea. Algunos hacen deporte, otros pasean hablando por el móvil, fuman, se ríen. El otro día una pareja tomaba el sol y bebían cerveza, que guardaban en una nevera de playa. La gente inventa nuevas formas de relacionarse. De vivir.

 

Estamos habitando de otra forma la ciudad. El ser humano se reinventa en cada crisis. Vamos ajustando nuestra forma de ser. Somos camaleónicos y nos camuflamos ante el dolor. Convertimos la oscuridad en luz con mucha facilidad. Necesitamos premios, pequeñas recompensas que nos hagan mejor el aislamiento. Subir a la terraza, mirar por la ventana, una copa de vino con amigos vía Skype. La tecnología nos ha acercado al mundo. Somos menos libres pero estamos más cerca. Habrá que acostumbrarse a otra forma de vivir.

 

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Los Confinados 39, por Eduardo Boix

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DÍA 39

 

Desde niño tengo una fijación con los pies de las mujeres. En verano, sin que ellas se den cuenta, miro el color del que se han pintado las uñas, la forma de los dedos, la anchura del empeine, la textura y el color de la piel, la redondez de los tobillos. Las sandalias ayudan al deleite. La fragilidad del caminar de algunas mujeres, dotan un simple gesto de una sensualidad casi poética. Es una cuestión berlanguiana este fetiche. Como mediterráneo que soy lo llevo en el ADN.

 

Los creadores necesitamos de las musas o como lo queráis llamar.  Yo me suelo inspirar en los ojos, las sonrisas, los pies y la forma de caminar de las mujeres. Ver el balanceo de las caderas es una de mis pecados confesables. Cada mujer tiene una forma de caminar. Unas ejecutan el movimiento sin reparar en él, un simple ejercicio de traslación. Otras, sin embargo, se deleitan, parece que caminen por encima de las nubes. Pasos cortos y precisos, como los movimientos de las manecillas de un reloj suizo. Cuando pasan por mi lado y es verano miro sus pies. Suelo ponerme gafas de sol para que no vean la trayectoria de mi mirada. Dedos pequeños y rechonchos, largos y ahuesados. Uñas rojas, negras, verdes, azules. Pulseras tobilleras, tatuajes. Sandalias romanas, de esparto. Extenso es el catálogo del fetichista.

 

Observo a Luz cuando se cambia el calzado. Escondido tras la obertura que deja la puerta del cuarto. Cuando la conocí fantasee con la idea de sus pies. Camina por encima de las nubes, sin dañarlas. Tiene gracia a la hora de caminar. Las caderas basculan de un lado a otro al ritmo preciso de los pasos. En nuestra primera cita pensé en sus pies. Por su forma de caminar tendrían un diseño perfecto, casi helénico. Somos herederos de Homero. Adoramos la belleza.

 

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