DÍA 39

Desde niño tengo una fijación con los pies de las mujeres. En verano, sin que ellas se den cuenta, miro el color del que se han pintado las uñas, la forma de los dedos, la anchura del empeine, la textura y el color de la piel, la redondez de los tobillos. Las sandalias ayudan al deleite. La fragilidad del caminar de algunas mujeres, dotan un simple gesto de una sensualidad casi poética. Es una cuestión berlanguiana este fetiche. Como mediterráneo que soy lo llevo en el ADN.
Los creadores necesitamos de las musas o como lo queráis llamar. Yo me suelo inspirar en los ojos, las sonrisas, los pies y la forma de caminar de las mujeres. Ver el balanceo de las caderas es una de mis pecados confesables. Cada mujer tiene una forma de caminar. Unas ejecutan el movimiento sin reparar en él, un simple ejercicio de traslación. Otras, sin embargo, se deleitan, parece que caminen por encima de las nubes. Pasos cortos y precisos, como los movimientos de las manecillas de un reloj suizo. Cuando pasan por mi lado y es verano miro sus pies. Suelo ponerme gafas de sol para que no vean la trayectoria de mi mirada. Dedos pequeños y rechonchos, largos y ahuesados. Uñas rojas, negras, verdes, azules. Pulseras tobilleras, tatuajes. Sandalias romanas, de esparto. Extenso es el catálogo del fetichista.
Observo a Luz cuando se cambia el calzado. Escondido tras la obertura que deja la puerta del cuarto. Cuando la conocí fantasee con la idea de sus pies. Camina por encima de las nubes, sin dañarlas. Tiene gracia a la hora de caminar. Las caderas basculan de un lado a otro al ritmo preciso de los pasos. En nuestra primera cita pensé en sus pies. Por su forma de caminar tendrían un diseño perfecto, casi helénico. Somos herederos de Homero. Adoramos la belleza.
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