EXTRAÑA FORMA DE VIDA 6

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ENDOGAMIA

 

Por Carlos Javier Cebrián

a Pepita, mi madre, Josefa Calpe Hernández

Mi madre habla con los muertos. Aunque, si lo pienso con detenimiento, ese artículo determinado no es definitorio, no es preciso. Vuelvo a empezar.

Mi madre habla con sus muertos.

Ahora sí, con toda la carga emocional de ese posesivo, es más precisa la frase. Empiezo a escribir esta nueva extrañeza.

Mi madre habla con sus muertos. Ese artículo posesivo, de propiedad, de grupo, de comunidad, nos matiza, es casi una actitud endogámica si aplicamos una cualidad metafórica al adjetivo. “Endogamia” en su origen del griego antiguo significa dentro del casamiento, endon: dentro; gamos: casamiento. Nosotros le aplicamos un sentido metafórico para designar el conjunto, el grupo, la comunidad, el linaje, la familia, etc., donde no se deja entrar al ajeno, al extraño. Mi madre excluye de sus conversaciones, además de a sus vivos, a los muertos que quiere, a los que le viene en gana, según el día y el estado de ánimo, pero siempre son sus muertos, los muertos de su vida, a los que conoce, los de su linaje. Puede parecer una actitud excluyente, lo acepto, pero a mi madre le da igual esto. No es exactamente una actitud de rechazo, ni personal ni social, es, en definitiva, una decisión personal, mi madre elige con quién habla, con quién se relaciona, y más ahora que están muertos. El mundo de mi madre se ha minimizado, se ha reducido a un pasar de las horas, de los días, en una extraña soledad acompañada, a hablar con “impresencias presentes”, a mirar la calle, a observar cómo pasa el mundo ajeno a ella misma desde su ventana. A veces la vida es así.

Creo que mi madre no nos entiende a sus vivos, o tal vez cree que sus muertos la comprenden mejor que sus vivos, sabe que sus vivos ya no podemos asumir su vida equidistante, huérfana, solitaria, sabe que sus vivos la vamos a traicionar en lo hondo de su corazón. Lo sabe, y lo sabemos nosotros.

Mi madre habla con sus muertos, yo también lo hago, lo confieso. Mi mundo también se ha ido minimizando, reduciendo año a año, día a día, hora a hora, minuto a minuto. He expulsado a personas de su centro, he convertido en ajenos a muchos de los que fueron míos. Cada vez me interesa menos el derredor. Excluyo de mi vida a quien me da la gana. No busco comprensión, no requiero más afecto que el intrínseco y necesario, el consabido. A veces los afectos te requieren lejanía, una manera concisa de desaparecer. Lo que no sucede ahora no ha sucedido, parece que quieren decirte. Pero tú sabes que todo lo que ha sido expresado existe, todo lo que se ha percibido ha sido y es. La vida se angosta en una incomprensión tranquila, pausada, referencial, confortable. Convertir a los vivos en tus muertos metafóricos y literarios. Asumo que pueda parecer una actitud huraña, o incluso misántropa, pero en realidad no lo es, o no lo es de manera exacta, no en su totalidad. No rehúyo, por sistema, el trato con los que me rodean, simplemente reduzco o minimizo el número de las personas que me rodean, adrede, con convencimiento. Es una actitud vital, si es hosca o esquiva, huidiza, no me importa demasiado. Soy un tipo furo, adjetivo que deviene de hurón – Mustela putorius furo-ese mamífero, ese animalito que ya empezó a domesticarse hace 2.500 años, que pasa de catorce a dieciocho horas al día durmiendo, pero que al despertar es muy activo. Aunque la verdad es que me define mucho mejor el koala –Phascolarctos cinereus-, bolsa color ceniza, ese marsupial, un animal también asocial, que solo dedica quince minutos al día a la actividad social, y que duerme veinte horas al día -un ensueño, vamos-. Lógicamente me siento mucho más identificado. La verdad es que todo es una ensoñación, que nada tiene que ver con el ensueño, ya sé que lo sabéis casi todos, la ensoñación es un estado de conciencia desconectado de la realidad, donde uno se deja llevar por una sucesión ilógica de imágenes o pensamientos dependiente de los deseos, de los afectos, de las emociones, de los miedos. En cambio, el ensueño es una representación fantástica de quien duerme, no lo digo yo, lo dice el DRAE, es decir, una ilusión, una fantasía. Mi ilusión, mi fantasía, es ser un Koala, atiborrarme de hojas de eucalipto, y dormir veinte horas al día. Es decir, me he convertido en un tipo huidizo, inactivo cuando puedo o me dejan, llego de trabajar a casa y entro en un estado cuasicatatónico, de un estupor mental totalmente irracional, una ausencia absoluta de la voluntad, a conciencia, con premeditación.

 

Mi madre también es un koala, pasa los días indistintos, mirando por la ventana, hablando con sus muertos, se alimenta cuando toca, y de vez en cuando lo recuerda todo, simpática y dicharachera, pero a menudo se hace la olvidadiza. A veces me mira y llora lánguidamente, y me pide que nunca la deje sola. Me mira y yo me rompo. Le hago hablar, me cuenta su juventud, sus primeros amores, me habla de su ciudad querida, su Valencia de antaño, a la que nunca volverá, me habla de sus padres, de mis abuelos que me saludan con alegría, me habla de la leche merengada del Barrachina, del barrio de Ruzafa, y siempre termina haciendo referencia a mi padre, aquel señor que se largó, al que quiso tanto, y me recuerda que ella siempre ha sido mujer de un solo hombre.

Mi madre habla con sus muertos, me dice que los deja pasar, no a todos, y solo hasta que se cansa, que sabe que están muertos, pero están, y sabe que no pueden ni quieren hacerle ningún daño. A mi padre nunca lo deja entrar, él querer, quiere, pero ella no, y ya está.

Mi madre habla con sus muertos, yo también lo hago, lo confieso, y hablo también con esas impresencias, las vivas y las muertas, las que son, las que fueron, las que han sido, las que siguen siendo. Mi madre y yo, cuando la visito, somos dos Koalas en familiar charla, durante su escasa actividad social, pero es hermoso, y compartimos las hojas del eucalipto.

Mi madre y yo hablamos con nuestros muertos, así, tan endogámicamente.

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