ENDOGAMIA
Por Carlos Javier Cebrián
a Pepita, mi madre, Josefa Calpe Hernández
Mi madre habla con los muertos. Aunque, si lo pienso con detenimiento, ese artículo indeterminado no es definitorio, no es preciso. Vuelvo a empezar.
a Pepita, mi madre, Josefa Calpe Hernández
Mi madre habla con los muertos. Aunque, si lo pienso con detenimiento, ese artículo indeterminado no es definitorio, no es preciso. Vuelvo a empezar.
He vuelto a ver Un tranvía llamado deseo (1951), y ha sido esta vez cuando más me ha impactado. He regresado a esa atmósfera tensa, en la que la luz no puede con las sombras, donde la voz se impone en su cometido de crear orígenes que, pese a tantas pistas, resultan esencialmente ilocalizables, de imponer distancias que hacen de cada extremo la representación de la miseria humana. Nacida de una obra teatral de Tennessee Williams, Elia Kazan dirige esta adaptación sin apenas ampliar escenarios. Los personajes se turnan en desaparecer para que otros puedan desencontrarse en esa casa asfixiante en la que se ha hecho obligatoria y terrible la convivencia.
De flores rojas va cubierto el litoral
Arturo Rigel y Ramos Castro – José Padilla.
Así dice la famosa Estudiantina portuguesa, fado compuesto por el maestro Padilla para la revista La hechicera de palacio. Probablemente, el lector identificará mejor la pieza por su estribillo, donde se canta aquello de Ay, Portugal, por qué te quiero tanto… Se acaban de cumplir 50 años de la Revolución de los Claveles, un levantamiento cívico-militar que acabó con el régimen salazarista[i], el Estado Novo instaurado en Portugal desde 1932. En abril de 1974 yo acababa de cumplir once años y en la nebulosa de mis recuerdos aparecen imágenes de tanques y soldados en la pantalla en blanco y negro del televisor. Muchos años después recorrería las calles y plazas de Lisboa que fueron escenario de la revolución más pacífica y musical de que se tenga memoria.
Pronto oirás y entenderás
Franz Schubert.
En la India hay una ciudad que espera mi muerte.
El lugar no está en los planos, para que todo se olvide cuando yo muera.
Jesús Zomeño.
1.- FISONOMIA DEL LIED ROMÁNTICO.
En ocasiones, un vocablo extranjero acierta a condensar un sentido para el que, sin equivalente monopalábrico en nuestro idioma, tendríamos que recurrir a una breve elucidación para entender de qué estamos hablando. Es el caso del término “lied” y su plural “lieder”. Aquí, lied solía traducirse como canción[1], aunque no es exacto. Actualmente, el diccionario de la RAE lo admite y recoge como voz alemana con el significado “Canción característica del Romanticismo alemán, escrita para voz y piano, y cuya letra es un poema lírico”. Poéticamente definió Heine el lied como “un corazón conmovido que canta». En Alemania se diferencia el Kunstlied, o canción artística, del término Volkslied que se aplica a las canciones de tema sacro y profano de raigambre popular, como las recogidas en los tres volúmenes publicados entre 1806 y 1809 de Des Knaben Wunderhorn de Clemens Brentano y Achim von Arnim, que inspiraron el subtexto de la primera época de Gustav Mahler como compositor. Vamos a dedicar la tesela de hoy al lied, esa mixtura perfecta de poesía, canto y piano (u orquesta) que es uno de los mayores logros de la cultura romántica europea.
Léolo (1995, Jean-Claude Lauzon) es una película única, cuya recomendación puede reportarnos gratitudes eternas o el puntual rencor por una invitación que podría considerarse incluso malintencionada. Un usuario de la página de Filmaffinity decía que la había visto infinidad de veces, porque este película no es tal obra artística, sino un lugar al que uno tiende a regresar. Debo confesar que, en mi primer intento, hace unos años, no pude pasar de los primeros minutos, tal vez por haberme sentido excedido —como tantos—por su insolente imaginación y poco persuadido por la emotiva fuerza poética que contiene y que ahora me ha convertido, por unos días al menos, en un adicto a sus imágenes, a sus voces, a su música.
Lola Obrero escribe quince relatos ambientados en Elche. La mayoría son relatos de mujeres. Mujeres que luchan y que a veces sufren los avatares de la vida. Pero mujeres que tienen siempre una dignidad innata y que son dueñas de una gran capacidad creativa y una percepción de la realidad alta y serena. Además, constituyen un conjunto de estampas ilicitanas que los viejos del lugar recordarán con placer y cierta melancolía. Un Elche que ya se ha perdido, pero que tiene que seguir en la memoria de los ilicitanos de hoy y del futuro.
La autora vivifica unos personajes cercanos, que mueven a compasión algunas veces, y que son admirables todas. Unos relatos locales y universales a la vez, que se leen muy bien, con un estilo sencillo y claro, y con finales a veces sorprendentes.
Un estilo muy cuidado. Incluso los nombres que tienen los personajes no están tomados al azar. Tienen su simbolismo. Además, ilustra el libro con dibujos inspirados en la iconografía ibérica, que conectan historias recientes con el mundo antiguo. Toda una aportación a la ya no pequeña literatura de motivos ilicitanos.
Mi hermano mayor ha compartido en el WhatsApp de los hermanos dos fotos de las casas donde vivimos, hace cincuenta años, en la ciudad de nuestra infancia, Torrent. Calle Valentí Planells número 20, y la calle, hoy en día, Elena Tamarit, que iba a dar a la Fuente de las Ranas y la Avenida del Vedat. No recordamos cómo se llamaba entonces, he intentado averiguarlo sin resultado. Mi hermano nos dice que casi rompe a llorar al pasear por aquellas calles. Ambas viviendas y calles están igual. En la primera, una casa de dos plantas, arriba vivíamos nosotros y en la planta baja nuestros abuelos, los iaios. La otra es un edificio de pisos, de cuatro o cinco plantas, moderno hace cincuenta años, claro. Tengo un recuerdo nítido de las dos viviendas, seguramente sujeto a la memoria involuntaria de las cosas, un recuerdo accidental, provocado por la visión de las fotografías, una memoria sensorial, una magdalena de Proust. Miro las fotografías y me asalta el pensamiento la idea del Determinismo. Pienso en cómo una acción humana, de mi padre, determinó, ha determinado nuestras vidas. El estado actual determina el futuro, nos dice la teoría, pues bien, aquel pasado determinó nuestro futuro, nuestra vida. Un determinismo causal, en todo caso, porque todo nuestro evento, nuestra vida es el resultado de las condiciones precedentes, nos fuimos, nos llevaron a otros lugares. No volvimos.
Te veo contento, Teodomiro, tras esa sonrisa tuya que esconde tus mundos, tus laberintos de amor y misterio. Intuyo que hay un no sé qué de lluvia en tu mirada, unas gotas buenas de felicidad y alegría porque al fin, después de tanto tiempo, tanto esfuerzo, tanto ímpetu creativo, se ha logrado que montes tu exposición, la que tú tanto ansiabas en el Museo de la Reconquista de tu amada Orihuela hasta el 28 de abril. En este mes, preludio de la primavera donde seguro que tú y yo hemos vivido tantas luces y sombras, como aparecen en tus cuadros y poemas.
«Cantando al arte»
“Solo en vez de suelo y solo en cuanto tengo
caminos bordados de lino solo desde las
puertas abiertas y desdichas de soledad
la brisa que no es mía ni de elogio la voz
que resuena.
…
yo desnudo el arte me ampara
y mi alma llena”
Teodomiro. (Manuel Soriano Lidón)
Vino a visitarme
un sonido de incipiente
cascada de agua,
y en huida, una fulguración
que intuí de alas.
Un estambre.
Me asomé al horizonte
y divisé en el viento,
brochazos de luz y
una encrucijada de líneas,
que, de la mano de un artista,
aparecen recién esculpidas.
Dibujados en una maqueta,
cóncavos espejos exploran una
sinfonía de destellos.
Como si alguien, sin necesidad de palabras,
en líneas cromáticas,
recreara un universo laberíntico
de luz y de versos.
Un filamento.
Eres, al fin, con tu rúbrica,
la fusión de todas
las coordenadas
en un mapa.
Y a la vez intuyo
que en un desvarío
dibujas el errático vuelo
de un ave que cruza el cielo,
sin brújula,
exento de sueños.
Como un reloj que paralizadas
las horas y minutos,
se queda a breves segundos
de alcanzar una hora,
que ya es sólo locura,
quizás exaltación
o definitivo sueño.
Como las agujas derretidas
de una esfera
que dibujara un autor ebrio
de inspiración.
Pero tu abres una ventana
y nos descubres un secreto
de libertad.
Y en un lienzo,
con un delirio
de luz y creatividad,
con tu pupila abierta,
eternizas el tiempo.
Teodomiro
es (y seguirá siendo),
artista,
hombre, deidad.
Noble, como tu ilustre homónimo
en tu ciudad natal.
En realidad,
siempre lo ha sido.
Al final, las obras quedan las gentes se van…
Otros que vienen las continuarán, la vida sigue igual.Julio Iglesias.
Desde hace unos años, con un matrimonio amigo, solemos hacer una escapada a Benidorm hacia el final del verano, cuando ya el turismo si no desaparece sí comienza a menguar lo bastante como para poder coger una mesa en la terraza de La Mejillonera, bajar al paseo marítimo y callejear un poco por el casco antiguo hasta llegar al mirador, donde cada año nos hacemos alguna foto con el skyline de Benidorm de fondo. Tampoco falta la visita al Parque de l’Aigüera donde se encuentra el Auditorio Julio Iglesias, un anfiteatro al aire libre que acoge conciertos de música y mítines políticos en tiempo de campaña electoral. Desde hace años hay un busto en honor del cantante con una placa: «El pueblo de Benidorm a Julio Iglesias».