EL BESO
a Fini, a Paco, a Kamera.
Hay canciones asociadas a la vida de uno, a su memoria, al recuerdo, a momentos felices o a momentos de dolor. Jacinto Benavente1, uno de nuestros premios Nobel, bastante olvidado por cierto, decía que la felicidad no existe en la vida, solo existen momentos felices. Yo sinceramente pienso lo mismo. De hecho lo he escrito- una de las cosas que más me gusta es autocitarme, llamadme pretencioso, pedante, lo asumo de buen grado-, en 2004 escribí y publiqué una columna titulada Elogio de la infelicidad donde venía a decir que nunca he creído en la felicidad, y que esta negación siempre ha sido una constante de mi pensamiento, y decía también que yo solo soy capaz de administrar, a duras penas, momentos dichosos, venturosos, todos efímeros y gobernados por dioses menores. Digo esto porque hay una canción que me retrotrae a uno de esos momentos, efímero, dichoso, quizá uno de los momentos más felices de mi vida, un momento donde creí conocer la felicidad, por un instante es cierto, pero fue un momento gobernado por un Dios mayor, sin rostro conocido, omnipresente. Sería el año 1993 o 94, mi vida transcurría junto a mi primer gran amor, uno de los amores de mi vida. En la vida, en el recuerdo, son muy importantes los nombres, nombrar las cosas y a las personas, por el bien de uno mismo; mi gran amor de entonces se llamaba y se llama Pepi, el amor de mi adolescencia y juventud, con quien aprendí el significado de amar, de desear, con quien descubrí el sexo, con quien conocí el dolor también, la devastación personal. Pasé 25 años amándola, en el momento de separarnos había pasado más tiempo con ella que sin ella.
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