Texto de presentación de EL ÚLTIMO GIN-TONIC, de Rafael Soler, por Jesús Zomeño

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EL ÚLTIMO GIN-TONIC, por Jesús Zomeño

Todos amamos esas películas en las que el protagonista, en la cima del éxito, aparta toda su ambición y se dedica a otra cosa que en ese momento considera más importante para él. Nos gustan los personajes que lo dejan todo por amor, por sus hijos, por una vida tranquila… El cine nos ha enseñado a amarlos…., pero luego nos cuesta reconocer en la vida real a esos protagonistas.
Rafael Soler, sin embargo, es uno de esos personajes, de Frank Capra que, en un momento dado, se decantaron por la vida.

Por eso digo que no se confundan si no conocen mucho o nada a Rafael Soler, no crean que es porque ahora ha empezado a escribir. Tampoco piensen que, si nació en 1947 y aún no lo conocen, será porque es malo. No, eso no es cierto, Rafael Soler es un gran escritor. Como prevención para que no se equivoquen, les informo que esta novela en Valencia la presentó Ricardo Belveser y Fernando Delgado, y que en Madrid la presentó Luis Landero y el académico de la Real Academia Jose Maria Merino…. Palabras mayores que advierten de un escritor, excepcional.

¿Qué paso es que Rafael Soler comenzó con la literatura y aún no es un personaje popular en la televisión?
Rafael Soler nunca fue una promesa joven, sino que Rafael Soler fue un consagrado a los finales de los setenta y principios de los ochenta. Sobre todo sus novelas, «El grito» y «El corazón del lobo» fueron el eslabón perdido de la movida madrileña. Sin embargo, en pleno éxito, Rafael Soler de pronto dejó de publicar en 1985. ¿Por qué dejo de publicar? Entiendo que por dos motivos: El primero es porque él siempre ha intentado «estar más en la vida que en las antologías», como dice Fernando Beltrán. El segundo motivo para dejar de publicar, fue porque salió de los cojones.

Es esta una frase contundente (dejó de publicar porque salió de los cojones) y contiene, a su vez, dos matices: el matiz fanfarrón, ya que a Rafael no le importaba dejarlo porque sabía que lo podría retomar cuando quisiera, como así ha sido; pero también contiene esa frase un matiz mío, de reproche y protesta.
Su decisión, aunque personal y legítima, tuvo un efecto secundario que con el paso del tiempo uno se da cuenta; Hizo
lo anterior por la música Madrileña no solo música, diseño, cómic y una actitud brillante y desenfadada ante la vida; la Movida también tuvo sus apóstoles literarios, como Fernando Beltrán, en poesía, y, sobre todo, Rafael Soler, en prosa.
Fernando Beltrán y Rafael Soler eran amigos, por no decir que Rafael fue maestro de Fernando.
De la literatura de la movida se habla poco, porque de pronto el interés se centró en la «poesía de la experiencia». Sin embargo, poesía moderna y cinematográfica, suelta y brillante, la hubo y mucho, tanto en Madrid como en Valencia.
En 1982, hubo un choque de trenes en el Premio Adonais, el Primer Premio se lo dieron a Luis García Montero, con el libro «El jardín extranjero», cuya tercera parte, ya saben, fue un largo poema dedicado a Federico García Lorca; ya Fernando Beltrán lo dejaron con el acceso a «Aquelarre en Madrid», que de principio a fin es una oda frenética, desenfrenada y fresca, a las imágenes del alma y de la movida madrileña.
La poesía parece unificarse en aquella nueva «poesía de la experiencia», que tenía más continuidad que ruptura con los novísimos; y, por si fuera poco, Rafael Soler, que debiera haber liderado un movimiento alternativo, se tomó casi tres décadas sabáticas.

Tan lejos, y periféricos, en Elche también perdimos con aquello. En los años ochenta la literatura en Elche estaba muy próxima a la nueva estética de Rafael Soler o de Fernando Beltrán, y muy lejos de la académica «poesía de la experiencia», que se quedó atrás porque nosotros no queríamos analizar nuestra vida, sino que pretendíamos vivir y experimentar.
Los amigos que empezamos, nada teníamos que ver con Lorca o con la guerra civil. Nosotros hablábamos del neón, de los moteles, las mujeres fatales y los bares de madrugada … Un Julio Soler tan surrealista, desenfadado y provocador, no lo imagino, por ejemplo, hablando de la memoria del agua fresca de un botijo ​​debajo de la silla de su abuela. salvo que la abuela tiene los auriculares y está escuchando canciones de Machín en la versión cosacos del Volga.
En 1987, mi libro «Cuestión de Estética» podría haberlo camuflado como apócrifo, entre la obra de Rafael Soler, y Carlos Cebrián (ahora Javier Cebrián) publicó «Heroína», que podía ser presentado como «Aquelarre en Madrid». La generación valenciana de los ochenta, aquella a la que Fernando Garcín llamaba «Generación Espontánea», ya digo, no se movió en los claustros del instituto.

Por eso aquella poesía alternativa -y sin embargo, tan ilicitana-, la poesía de la movida, del cine, de la música pop, de la estética sin memoria … todo lo perdió a un tiempo de sus padres, cuando Rafael Soler decidió dejar de publicar.
Aunque como buen patriarca, que fue y sigue siendo, doy por hecho que Rafael Soler sabe cuidar los años y el año pasado aún no conocíamos pero cuando Rafael Soler fue jurado de los Premios de la Crítica Valenciana apostó por mi libro y no creo que «descubriera» mi prosa, más bien pienso que «reconoció» su propio estilo en mi libro.
Por eso, no hay que hablar de «encuentro», sino de «reencuentro», de feliz reencuentro.

Dicho lo anterior, me refiero brevemente a la novela de la noche «EL ULTIMO GIN-TONIC».

Dice Ricardo Berlveser que Rafael Soler es «un poeta metido a novelista», pero eso no es una técnica, sino un modo de ser.
Hay escritores que utilizan los recursos de la poesía y los aplicados a la prosa. Normalmente el resultado es almibarado … espeso, dulce y empalagoso.
Rafael Soler no es que usa los trucos de la poesía en su novela, lo que pasa es que Rafael es como es. Él es inteligente, culto y un gran literato, pero sobre todo lo que quiere decir es «comunicar», con el lector y compartir una historia. No hay discursos desde el estrado, son conversaciones en la barra de un bar.
¿Y por qué decimos que es un poeta metido a novelista? Porque lo que Rafael nos cuenta, lo que nos queda cuando llegamos al final y cerramos su libro, en definitiva, lo que nos queda son sentimientos.
Digamos que, en el fondo, Rafael Soler es un jodido sentimental, un amigo entrañable.

¿Y cómo trasmite esa poesía? Rafael es un lanzador de cuchillos.
Utiliza frases contundentes, imágenes cortantes, pero con un lenguaje educativo y coloquial. No hay metáforas enrevesadas, ni palabras de diccionario, ni frases inescrutables. Es un lenguaje claro y directo, ideas frescas y brillantes, aunque esa facilidad no es la reñida con el brillo de sus frases cortantes y metáforas contundentes.

Para expresar el amor, hay dos formas: Los dados te quiero, o regalas un ramo de flores. Usas la palabra o usas la imagen.
Hay escritores que buscan el extremo del ovillo y van tirando de él, con más o menos maestría, con más o menos monotonía, para guiarnos por un laberinto oscuro y contarnos una historia.
Hay otros escritores que no tiran del hilo, sino que sugieren historias. Son aquellos que llenan todo de imágenes para que el relato explote dentro del lector.
Rafael hijo de esta segunda clase de escritores, no se limita a contarte una historia, lo que quiere es lo que la historia crezca dentro del lector y para ello utiliza la sugerencia de las imágenes.
Por eso, los libros de Rafael se han visto desde dentro de uno mismo, el solo nos da las imágenes; a partir de esas imágenes, responde al estímulo y vemos y sentimos todo.

Por último, para referirme al contenido de la novela, empiezo a citar a Baudelaire:
«No hay objeto más profundo, más misterioso, más fecundo, más tenebroso, más deslumbrante, que una ventana iluminada por una vela. Lo que puede verse a la luz del sol es siempre menos interesante que lo que sucede detrás de un cristal. »
Este libro,» El último gin-tonic «, trata de cuatro días en la vida de una familia, en torno a una vela que es la muerte del patriarca.
Pero les advierto que se trata de una muerte moderna, no es el monólogo de «Cinco horas con Mario», una muerte oscura y un velatorio nocturno en una silla. Se trata de una muerte que ocurre, pero que no interrumpe nada. En el velatorio todos los participantes sin dejar de seguir el ritmo frenético de su propia vida.
Rafael nos asomó por la ventana de la casa de esa familia y, como decía Baudelaire, descubre lo más profundo, lo más fecundo, lo más tenebroso y deslumbrante.
Son cuatro días, doscientas páginas, asomados a la ventana de esa casa donde el abuelo, que fallece, se llama Moisés, el hijo Lucas, y los nietos Marcos, Mateo y Juan.
Hay una simbología bíblica, que parte del título, «El último gin-tónico», como si tratara de «La última cena». Pero, ya digo, no se asusten, porque el patriarca, es «republicano, ateo converso y amante del caribe», y es que al libro no le falta sentido del humor.

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