Junio-90, Octubre-15, por Francisco Gómez

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Veinticinco años en vida del universo es menos que nada. Una infinitésima parte, si acaso alcanza, en el tiempo. Veinticinco años en la historia de un país, en la historia de una era, es el aperitivo de un ciclo que apenas acaba de comenzar y no nos deja entrever el signo de esa época, de esa civilización, de ese devenir en la vida de los hombres de ese momento. Veinticinco años en la vida de un hombre pueden marcar muchos episodios, muchos tránsitos, muchas historias que marcan su rostro y su pensamiento. También su ánimo.

Recuerdo con tinta indeleble cuando en junio de 1990, hace ya más de 25 calendarios, regresaba de la capital de las Españas para volver a mi city. En las afueras de la estación de autobuses. Sólo me esperaba mi hermana Mariángeles mientras le aguardaba apoyado en un muro blanco, cargado de maletas y con expectativas por lo que había de venir. Antes había enviado una caja hasta los topes llena de libros, apuntes, fotocopias y objetos de un lustro entre La Cibeles y el Oso y el Madroño.Un año antes, había ocurrido un episodio fundamental en la vida de mi familia y en la mía propia. Las grandes expectativas que me había trazado se fueron al garete; una de las grandes derrotas que siguieron a otras que luego se fueron concatenando. No me quedaría en la capital del imperio marchito para probar suerte en alguno de los grandes rotativos: en El Mundo que un año antes empezó a andar o en El País o en RTVE o cualquiera de los otros medios, antes de la gran implosión de los digitales.

Volvía a mi ciudad primera para tratar de unir los trozos de la desgarrada vida familiar. Elegí y me quedé entre las lanzas. Renunciaba, seguramente para siempre, a ser un referente en el mundo de la comunicación. Siempre podía refugiarme en la Literatura y soñar en convertirme en escritor.  Y el sueño comenzó allá por 2002 con «Los días sin ti». Catorce años después sigo en la carretera y este año del Señor del 16 espero que vean la luz dos nuevos libros.

En aquella época del 90 tenía la cabeza hecha un lío entre los sueños que se quedaban atrás, las decisiones que cortaban expectativas y la posibilidad de empezar a trabajar en la carrera estudiada de la mano de La Verdad.

Fue un tiempo inesperadamente dichoso. Trabajar en lo que te gustaba y encontrar un amor que te acompañó hasta junio del 95. Luego las decisiones acertadas y equivocadas y cuando la gente estabilizaba su vida en las cercanías de los 30, el chapuzón en la piscina y empezar de nuevo. Mi hermana se casó en el 95, vino su hijo y mi sobrino Sergi y amores que iban y venían y trabajos provisionales que no llenaban. Supervivencia pura y dura.

Después la estabilidad laboral monótona y necesaria y los primeros libros publicados. Por fin veía el sueño hecho papel: cuatro hijos literarios para que los leyeran y disfrutaran los amigos y compañeros lectores y seguir en la carretera de la literatura que a buen seguro no llevará a ninguna parte. Vinieron nuevos amores que anhelamos fueran los definitivos pero que se fueron con la niebla escurridiza de los días.

Y aquí seguimos con más canas en los cabellos y más recuerdos y episodios en el corazón, También con más dudas y derrotas en los bolsillos sin saber bien hacia dónde vamos. Ahora, no sé por qué o quizás sí, de vez en cuando echo la vista atrás y veo aquel joven en la estación de autobuses con la carrera terminada, con un golpe terrible al corazón y los sueños profesionales mermados y veo que a pesar de todo, aún no tenía 25 años y hoy de un soplo han transcurrido casi otros tantos. Y compruebo como dice aquel poeta libre y maldito que la vida va en serio y tú sigues siendo aquel joven confundido y perdido entre sus sueños y derrotas.

Han pasado 25 años. Nada en la vida del universo, nada en la historia de las civilizaciones, nada para las eras históricas. Un universo en tus muchos vericuetos que sigue imaginando a pesar de los desconciertos y a la espera de que la alegría y el amor sigan besándonos la boca.

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