«TRÁNSITO». De Jesús Zomeño. Editorial Contrabando. 2023.

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Por Javier Neila

Jesús Zomeño lo ha vuelto a hacer. Nos asombra otra vez con un descarnado relato de lo cotidiano, preñado de imágenes tan duras y gráficas como obvias y recurrentes, plenas de simbología y referencias matizadas , que nos recuerdan de manera intimista lo complejo y doloroso que a veces puede llegar a ser el tomar conciencia de uno mismo.

El autor albaceteño aborda una realidad compleja e interiorizada, a la que no todo el mundo está preparado para asomarse. Como apuntaba Nietzsche en su obra Más allá del bien y del mal, “Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también se asoma dentro de ti” y eso es lo que al lector le sucederá sin duda al encontrarse con “Tránsito”, de la Editorial Contrabando, donde un simple viaje en tren desde Sofía a Bucarest, se convierte en la linea argumental de la aventura -quizás la única real- que vive un hombre mediocre, en tránsito de su pasado a su futuro, haciendo escala en el presente tan sólo para compadecerse de si mismo. Y lo hace en un trayecto taciturno y descolorido, mientras se mira de soslayo en el espejo de sus compañeros de viaje. Psicoanaliza así a cada viajero en el pequeño laboratorio viviente en que ha convertido su tren, diseccionando sin prisas -será por tiempo- lo que late bajo la piel de cada individuo que le acompaña en ese viaje hacia la nada; pero Zomeño también se deleita -magistralmente- en describir lo que el protagonista analiza desde su privilegiada ventanilla; cada parada y cada espectador, cada cruce y cada paisaje, entonces desde la limitada perspectiva de lo estático. Quizás el viajero llegue a pensar que lo que se mueve es el resto del mundo y no su tren.

Así, con este libro, el autor interpreta los sueños que se esconden en el protagonista y también en aquellos que le rodean; tanto los que duermen amodorrados en sus asientos como los que mantienen la vigilia. Y también en aquellos que simplemente ven pasar el convoy desde tierra, que lo observan como se miraría a una estrella fugaz en la oscuridad, como algo inaccesible, en un viaje imparable y sin retorno.

El tren viaja de noche, infinitamente, en un bucle que se repite en cada estación, convirtiéndose cada parada en la cuenta del rosario que el protagonista usa como único referente de su avance. La oscuridad lo embriaga y lo oculta todo. Parece que de no ser por las estaciones con nombres iluminados en un triste azul neón, estaríamos inmersos en un éter estático, inerte, estancados en nosotros mismos; como el buzo de pesada escafandra al que se le ha soltado del cable de acero, que le ataba a la vida; su pesado lastre le arrastra, le succiona hacia la oscuridad del abismo. En la más absoluta soledad se siente ingrávido, sabiendo que está perdido y que pronto agotará la última bocanada de aire. Pero eso da igual, porque el tiempo se ha parado y se ha quedado colgado enganchado en la aguja del reloj de cualquier estación. Así, el protagonista nos recuerda a un alma en pena, que vaga condenada a repetir sus mismos errores por toda la eternidad.

Y es precisamente en este ambiente interiorizado que empapa al lector, donde Zomeño, gran conocedor de los Países del Éste, consigue plasmar el daguerrotipo fiel de una sociedad postcomunista huérfana y decadente, que tras la caída del telón de acero y la avalancha del capitalismo más exacerbado e impío, se siente perdida e intenta recomponerse sin éxito a sí misma como colectivo ; y para ello cuentan tan sólo con la argamasa seca que aportan las miserias de cada individuo. Nos trae así, al igual que hizo magnificamente con “El Cielo de Kaunas” la radiografía de las esquinas más oscuras y recurrentes del alma humana; Miedo, hastío, culpabilidad y remordimiento.

De esta manera y a través del protagonista anónimo de su libro “Tránsito”, Jesús Zomeño nos recuerda, como decía el neurólogo Viktor Frankl en su obra “El Hombre en busca de Sentido”, que el sentido de nuestra vida no se puede elegir, sino que se va descubriendo. La vida no es mas que una ocasión para hacer algo; la clave no está en las preguntas que le hacemos a la vida, sino en cómo respondemos a las preguntas que la vida nos va planteando detrás de cada esquina. “Uno de los americanos duerme con la cabeza apoyada en el cristal, el otro mira atentamente la pantalla del teléfono móvil. A su edad son las dos formas de encarar el futuro.”

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