LA ALEGRÍA DE ESCRIBIR 16

Estándar

HORROR VACUI

por Carlos Javier Cebrián

Llevo sin escribir ninguna de mis alegrías desde el 9 de abril de este año 2022. Hoy 22 de junio, ya verano, hago otro intento cuasi baldío.

Me asaltan dos ideas, ahora mismo, que me atenazan; el síndrome de la página en blanco y la locución latina horror vacui, miedo al vacío. Que en realidad son la antítesis la una de la otra. El primero de estos conceptos podríamos asimilarlo o arrogarlo a un ataque de ansiedad en relación al proceso creativo de la escritura, un miedo atroz a la página en blanco, sentirse sin ideas o en bloqueo. Por otro camino, el miedo al vacío, aunque es posible que provenga de un espacio similar, es aquel miedo que asalta al creador, principalmente a los pintores, al dejar espacios en blanco, la tendencia a rellenar, en abuso, todo el lienzo. Pero, básicamente, podrían ser lo mismo, miedo al vacío, al blanco, a la nada.

También es verdad que cuando uno no tiene nada que decir es mejor no esforzarse, o no forzar las cosas para ser más preciso. Cuando uno siente miedo es mejor dejar que todo fluya; soltar, respirar, dejar que las cosas ocurran como son.

Como ya sabéis algunos de vosotros, estoy obsesionado con la importancia de las palabras  ̶ que nunca son inocentes ni gratuitas ─, con su precisión, con su significación más concreta. La escritura es pura circularidad. Uno vuelve, una y otra vez, a los mismos lugares, parajes, paisajes, obsesiones… Llevo dos años y medio con mis incertidumbres primero, y después con mis alegrías, como en un bucle, ya lo he dicho: pura circularidad. Dos años y medio puede parecer que no es mucho tiempo, en relación a una vida entera de cincuenta y siete, pero son los últimos, y por ello, los más decisivos, ahora. Pero pueden ser un abismo, una sima, algo abisal, un pozo, una profundidad, la profundidad entendida como oscuridad. Tan solo dos años de cincuenta y siete pueden cambiar tus principios y tus conjuros, tu tono como escritor, pueden cambiarte por dentro. Envejecerte con más rapidez y abismo que diez años anteriores o los posteriores. Pueden calmar tu ímpetu o exacerbarlo, pueden sustraerte de ti mismo o darte la vida a borbotones. Puedes aprender a perderlo todo o a ganarlo, puedes aprender a aceptar tu designio o a rebelarte contra él. Puedes dejar de amar, volver a amar o a amar de nuevo  ̶  que aunque parezca paradójico no son la misma acción ─. Puedes perder el hogar, una vez más y/o volver a la casa (esta fórmula copulativa, innecesaria según nos aconseja la Fundéu RAE; cobra aquí una significación muy importante, porque, como en la vida, nunca se sabe si es conjunción copulativa o excluyente). Puedes volver a esos dimes y diretes con el supuesto domicilio, a esa pelea sin cuartel con tu propio espacio. No, yo ya no soy el mismo.

Si hablamos del síndrome de la página en blanco, debo decir que tampoco siento la angustia por no escribir, no he sentido la necesidad de hacerlo. Hubiera querido escribir, sí, es cierto, pero no me ha provocado sufrimiento no hacerlo, tampoco creo haber sufrido ningún bloqueo, tal vez no tenía ni tengo nada que decir, en estos momentos. La verdad es que la escritura nunca ha sido una necesidad imperiosa para mí, no siento la obligación de decir mis trasuntos, ni de comunicarme con ese ente extraño que es el lector, siempre he escrito porque me ha dado la real gana, o por sentir la alegría de hacerlo, nada más, ni menos.

Si reviso mi cuaderno de notas, veo anotaciones curiosas: me digo, me recuerdo, por ejemplo: hablar de la vejez, ¿qué es el amor?, ¿qué el deseo? Veo citas anotadas de Simone Weill1, la filósofa francesa del tipo: Cuando una contradicción es imposible de resolver salvo por una mentira, entonces sabemos que se trata de una puerta. O esta otra: El amor no es consuelo. Es luz. También leo notas acerca de la escritura adversativa, es decir escribir discutiendo cada argumento, describiendo la propia discusión. En otra página leo sobre Raymond Williams2, el teórico marxista galés, novelista, historiador… donde habla de la diferencia entre personalidad y carácter, la idea de personalidad es algo que se modela y adorna, en cambio el carácter es lo que te permite confiar en alguien. Poner el acento en lo importante. Descubro posibles títulos para mis artículos “Tiempo raro”, “No me vas a tener”, “Miedo al vacío”, etc. Sobre el amor leo: ¿Por qué volvemos a someternos a él, si ya hemos conocido su rostro y su total incomprensión? Nada atestigua que el amor sea un hecho o un suceso razonable. Escribo sobre la idea del  arrepentimiento, de lo vano que es arrepentirse del pasado, de nuestro pasado, hablo de arrepentirse de uno mismo, de su inutilidad. Observo innumerables frases, ideas, pensamientos tachados a conciencia.

En definitiva si releo mi cuaderno de notas me viene a la mente la imagen del pescado convulsionando, tomando sus últimas bocanadas de aire, oxígeno que se le escapa, en realidad, sobra la cubierta, en la inminencia de su muerte. En lo que respecta a la escritura así me siento. Me refiero a mi escritura, y también a la literatura, me cansa ese mundillo literario en el que creía vivir y disfrutar, la reunión de bobos, incluido yo mismo, que lo habitan. Pienso en la queratosis seborreica, sí, en las verrugas que empiezan a poblar mi pecho, en las manchas que descubro cada día en mi piel, en los antebrazos, en el dorso de mis manos. Me obsesiono con el vello que me nace en las orejas, en el interior de las orejas, en los lóbulos de las orejas, en las fosas nasales, me agoto en la batalla que emprendo contra ese vello maldito delante del espejo, armado de pinzas y tijeras. Es curioso que pierda uno el pelo en su cuero cabelludo y lo gane, en todos esos orificios y en los hombros y en la espalda y en las nalgas… ¡Joder! Pienso en un poema de Antonio Moreno Sombras de la edad madura3, donde nos viene a decir que hablar de esto es asunto de cotorras.

Reconozco que se trata de un cierto paroxismo, el grado de mayor exaltación de un sentimiento o un estado de ánimo o, si quiera, una sensación, pero es muy real, es el miedo a envejecer, a perderte, a perderme. A la nada, volvemos al miedo al vacío.

Volviendo a la premisa de este texto acerca de la importancia y precisión de las palabras, ¿es lo mismo amar y querer, qué es el deseo o desear? Utilizamos normalmente estas palabras sin entender su significado y lo que implica pronunciar cada una de ellas. He podido saber, por experiencia  ̶ también me he documentado, vaya usted a saber dónde, pero lo he hecho ─, que querer y amar no significan lo mismo. Para mí, al querer a una persona sentimos un afecto más fuerte de lo normal hacia ella, tal vez deseo, tenemos un sentimiento de posesión, queremos hacerla nuestra. Sin embargo al amarla ya no deseamos que sea nuestra expresamente, la necesitamos y nos entregamos a ella. Al querer estás sintiendo todas las señales del enamoramiento, la urgencia, la excitación, el deseo sexual. Si la amas, sientes una gran confianza y lealtad hacia esa persona, y estás dispuesto a hacer sacrificios por ella, piensas en sus necesidades. Amar a alguien, creo, no implica, en ocasiones, fidelidad, va más allá de la pura convención. El deseo es una pulsión hacia algo o alguien que te apetece, asociado a los instintos primarios del ser humano: hambre, apetencia sexual, todo vinculado con el placer. Aunque la palabra deseo, sin otras connotaciones, expresa también anhelos, sueños personales, esperanzas. La vida es deseo.  Ya lo decía nuestro Miguel de Cervantes: Amor y deseo son dos cosas diferentes; que no todo lo que se ama se desea, ni todo lo que se desea se ama.  En esto yo estoy de acuerdo con Marcel Proust4: El deseo nos fuerza a amar lo que nos hará sufrir, aunque según mi teoría, mi solemne tontería, hubiera sido mejor utilizar el verbo querer. Perdóneme Señor Proust por la osadía. El deseo nos fuerza a querer lo que nos hará sufrir. Definitivamente amar y querer son o conllevan acciones distintas. Lo sé bien, nunca he dejado de gozar, de querer, de desear, de amar, y de sufrir.

En verdad, yo ya no soy la misma persona; ya no amo, ni quiero, ni deseo, ni sufro de la misma desatada manera. Ya no. Eso sí, el miedo al vacío, sigue siendo el mismo. ¿Qué le voy a hacer?

1-Simone Weil (1909-1943) fue una filósofa, activista política y mística francesa. Formó parte de la Columna Durruti durante la Guerra Civil española y perteneció a la Resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial. . Albert Camus la describió como «el único gran espíritu de nuestro tiempo».

2-Raymond Williams (1921 – 1988) fue un famoso historiador, novelista, crítico, intelectual y teórico marxista galés. Fue una figura importante tanto dentro de los movimientos de la Nueva Izquierda como en la cultura en general; sus escritos sobre política, cultura, medios de comunicación masivos y literatura fueron una importante contribución a la crítica marxista de la cultura y el arte.

3- Poema de Antonio Moreno del libro “El Caudal”,  Poesía Adonais, Rialp 2014

Pregonar las goteras que padece el cuerpo y convertirlas en castillos, en el ombligo obsceno de este mundo; es decir, en un asunto de cotorras.

4-Marcel Proust (1871-1922) fue un novelista y crítico francés, cuya obra maestra, la novela En busca del tiempo perdido, (compuesta de siete partes publicadas entre 1913 y 1927) constituye una de las cimas artísticas del siglo XX. Su extensa novela fue enormemente influyente tanto en el campo de la literatura como en el de la filosofía y la teoría del arte.

Deja un comentario