Archivo de la etiqueta: Mª Engracia Sigúenza Pacheco

Una madre en llamas

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Por Mª Engracia Sigüenza Pacheco

                                  La gracia cambia a laspersonas y las personas cambian el mundo

                                                                                           Flannery O, Connor

¿Qué puede hacer una madre cuya hija ha sido violada y asesinada, cuando ve pasar el tiempo y siente que la policía no hace nada por encontrar al asesino?

De este premisa parte Tres anuncios en las afueras (2017), del británico Martin McDonagh; una película que juega con distintos géneros cinematográficos y los mezcla de forma muy acertada: desde el western feminista, el policiaco, el drama o el costumbrismo, hasta los toques de comedia negra al estilo de los hermanos Coen (incluyendo a la protagonista, la admirable y admirada Frances McDormand, presencia habitual en el cine de su marido Joel Coen). El director se vale de los recursos de todos estos géneros, pero sabe darle un toque muy personal a su obra, dotarla de un estilo propio, de una atmósfera y unos personajes –a veces casi grotescos- que recuerdan a la gran literatura sureña, especialmente a Flannery O´Connor (resulta significativo el guiño a esta mítica autora, cuyo libro de relatos Un hombre bueno es difícil de encontrar lee el encargado de alquilar las vallas al inicio de la cinta). De este modo, el autor consigue realizar una película inteligente y original, llena de matices y referencias, que obtuvo muy buenas críticas y bastantes premios, entre ellos el Óscar a la mejor actriz protagonista y al mejor actor de reparto.

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«Luminarias», de María Engracia Sigüenza: una batalla por la luz

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Por Javier Puig

Luminarias (2023, Ars Poetica) es el tercer libro de una autora, María Engracia Sigüenza, que pisa firme en el terreno de la poesía, con una obra que va creciendo en madurez y que parece inagotable por su capacidad para ahondar con infinita sutileza en cada sentimiento esencial. El libro está dividido en tres secciones, en las que se agrupan las diferentes corrientes temáticas; aunque, como siempre ocurre en estos casos, cuando el flujo poético del autor abarca una mirada amplia y transversal, algunas de las piezas podrían haberse incluido en más de una de las tres. En “El fuego del hogar”, reúne poemas evocadores de sus padres y de su infancia; en “Antorchas”, insiste en esa honesta y valiente batalla en la que la poeta está implicada, en la búsqueda de la luz “sin huir de la oscuridad”; en “Llamas”, encuentro algunos de los poemas más intimistas, a menudo ensamblados con las referencias artísticas de las que la autora sabe nutrirse tan bien. Ella misma, en su “Prefacio”, nos desvela el contenido de la estructura del libro y nos habla de la actitud poética que ha impulsado su creación.   

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Ciencia, arte y misterio

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Por Mª Engracia Sigüenza Pacheco

Tengo una vida que llevar,

                                                                              tengo un alma que alimentar,

                                                                         tengo un sueño al que prestar atención,

                                                                                        y eso es todo lo que necesito

                                                                        Rufus Wainwright, Going to a town

                               

Poca gente ajena a la medicina

comprende que la mayor tortura

para los médicos es la incertidumbre 

Henry Mars, Ante todo no hagas daño.

                

                           

El neurocirujano británico Henry Mars escribe, en su impactante y excepcional libro de memorias Ante todo no hagas daño (Salamandra, 2014) que, en ocasiones, si la disección se vuelve especialmente difícil, hace una pequeña pausa, se queda observando el cerebro que está operando y se pregunta: “¿De verdad mis pensamientos están hechos de lo mismo que este bulto sólido de proteínas grasas cubierto por vasos sanguíneos que tengo ante mí?”. Y como la respuesta siempre es sí, y semejante idea le parece disparatada e inaprensible prosigue con la operación.

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«TÀR», o la complejidad de la naturaleza humana

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Por María Engracia Sigüenza Pacheco

Todo lo que no es perfecto hasta el más mínimo detalle está condenado a perecer

Gustav Mahler

No es lo principal saber de dónde viene lo hermoso de la vida. Lo importante es captarlo, sentirlo y transmitírselo a alguien.

Alma Mahler

Podríamos decir que estas dos afirmaciones, y las dos relevantes figuras de la música y la cultura que las pronunciaron, se encuentran en la esencia, en el corazón de Tàr (Todd Field, 2022), una magnífica película que resulta inabarcable en un primer visionado. Y es que, a través de ella, podemos reflexionar sobre el origen y las consecuencias del poder, sobre el narcisismo y la autoestima, sobre los roles de género y los comportamientos abusivos, sobre el influjo que tiene en la salud mental el perfeccionismo y la obsesión (¿son requisitos imprescindibles para llegar a la genialidad?, nos hace preguntarnos), sobre las diferencias entre el solipsismo y el disfrute sentido y compartido del arte y la belleza, etc. Pero, por encima de todos estos temas, y otros, que seguro me habré dejado en el tintero, brilla una idea que me interesa sobremanera: la posibilidad de que la creatividad sea un don, una fortaleza que pueda hacernos resilientes ante la adversidad.

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El poder del lenguaje

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Por Mª Engracia Sigüenza Pacheco

“Un astroblema (también conocido como cráter de impacto) es la depresión que deja el impacto de un meteorito en un cuerpo planetario.”

He tenido oportunidad de ver en los cines Golem de Madrid la película Mass (Fran Kranz, 2021), una de esas obras de arte que por su temática te anuncia una experiencia intensa y turbadora, no exenta de dolor. Cine que remueve por dentro y corrobora el poder del lenguaje en todas sus manifestaciones. Un cine que me atrae desde siempre como una promesa de epifanía.

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Cine y coeducación. Entre la tierra y el cielo: «Alien», «Gravity», «Próxima». Mª Engracia Sigüenza Pacheco

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Aquí Ripley, última superviviente del Nostromo, fin de la transmisión. Sigourney Weaver en Alien (Ridley Scott, 1979).

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El viaje que nos lleva. Notas sobre «Huellas en el Paraíso» de María Engracia Sigüenza Pacheco, por Cleofé Campuzano Marco

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Cuando emprendas tu viaje a Ítaca 

pide que el camino sea largo,

[…] 

si tu pensar es elevado, si selecta 

es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo. 

Ítaca, Kavafis

 

El lugar nos conforma. Todo instante tiene sentido en una rueda sin descanso. Si el instante es el viaje, ¿Somos, en consecuencia, la encarnación de su unidad? No, no existe el tiempo (La ciudad infinita); Toda esa savia dentro de ti, /de nosotros […] Lo mejor está por llegar, /le repito al corazón (Viajar). El viaje como universal literario ha sido una constante en la historia de la literatura. Decía Cernuda en su poema El viajero: Lo que ves ¿es tu sueño o tu verdad? El mundo /mágico que llevabas dentro de ti, esperando tan largamente. María Engracia Sigüenza plantea en Huellas en el paraíso la idea del viaje como conocimiento del mundo a través de la experiencia personal y la intrahistoria. El paisaje vivido a través del paisaje urbano; de este modo, reconociendo su cadencia entramos en una cartografía muy concreta de la intimidad.

Así, las palabras se reconocen en la ciudad, la percuten y abandonan a Cronos para ahondar en su simbología, en sus signos; entonces, la narrativa histórica se funde con la personal y nos redescubre una realidad nueva en contienda con el tiempo. Siguiendo esta plasmación de la semiótica y la urbe, asistimos a la creación de un discurso propio; la autora redefine la ciudad con cada detalle y símbolo, con cada imagen telúrica y misteriosa; el espacio archiconocido -manido por el viajero- de repente es otro, inédito. Es llamativo que gran parte de los poemas lleven por título nombres de ciudades o partes emblemáticas de las mismas (Berlín 1989, Toulouse, Palermo, Montparnasse…). Roland Barthes, desde el estructuralismo lingüístico,  concebía la ciudad como un texto aún por escribir, siempre inacabado pero puramente funitivo, con capacidad de comunicación inherente. En poemas como La ciudad crisol o La ciudad infinita está muy presente esta dimensión introspectiva que nace de la observación y de la participación del espacio hacia la incógnita: Somos la memoria /quizá algún día /los enigmas /se puedan descifrar.

¿A quién le corresponde la raíz y el fruto en este viaje? ¿A qué orden de cosas pertenece la evolución de un árbol, la construcción de una fuente, la vida de un edificio, la sublimidad o postergación infinita de la ruina? La autora apela a lo divino, frecuenta la mitología clásica para deificar lo visible e invisible y resituar el ahora: Vuelvo a la isla de la diosa /al corazón griego /donde susurra la fuente enamorada /donde la antorcha del pasado/alumbra los caminos. El fundamento estético de la belleza es una razón constituyente de significado y profundidad magnas; los poemas cultivan su encuentro, enriquecen ese instante definitivo. Todo es elemental; tanto el germen como el tejido cultural que hemos creado: Es el milagro de la humanidad (Viajar). La tonada rítmica se torna variada, va desde versos acompasados en equilibrio a estrofas con porosidad regular donde las respiración se anuda, cadenciosa: Melancólica amazona /centaura incandescente /que Andrómaco veneró /sueña, sueña Taormina /abrazada a su bahía. Beldad e ingenio, la mujer es fuente de sabiduría y eje central en el lenguaje.

Vivimos por encima de nuestras posibilidades, en una posmodernidad tardía que tiende al desencanto y a la tragedia; recuerda a El instante eterno (2001) del sociólogo Michel Maffesoli, postulando esta vuelta a lo trágico desde el desconcierto del mundo. Nuestro encuentro con el tiempo es abstruso, breve aún más si cabe, dentro su condición adquirida de brevedad. La poeta, recoge en sus poemas esta inquietud. El mar, el río, son elementos que se suceden y se nombran con insistencia, porque representan el fin o la continuidad cíclica del viaje: Y el río /rebosante de memoria, /nos sumerge en su lecho inagotable. /Nos arrastra con él, /como imperios caídos, hacia el mar definitivo (De Melk a Mauthausen).  A su paso, se produce la pérdida de personas, de lugares que tuvieron presencia y el recuerdo se confunde con lo real, más cercano al sueño que al presente palpable: Estoy llamando a las puertas del cielo (IV Paisaje desde Diavolezza). La muerte no es otra cosa que esta llamada segura a la vida; el maridaje vida-muerte se alza con contundencia: En mi tumba marina /crecen semillas (Parténope). El viaje, de nuevo el viaje, incansable travesía: Miles de seres / nosotros en otra dimensión, /viajando en tropel, /sin descanso, /sin destino (Refugiados en la Estación central de Budapest). Siempre viajamos recordando ojos y manos que hemos amado, almas que tuvieron cuerpo para nosotros y que explican quiénes somos ahora. Definitivamente, en ellas viajamos: Una maleta sin tiempo / y el mapa del abismo.

María Engracia Sigüenza Pacheco

(Ars Poética colección ARS NOVA, 2019)

122 páginas.

10 euros

 

«MIRADAS DE CINE» (Javier Puig, edit. Celesta, 2019) por Mª Engracia Sigüenza Pacheco

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Andrei Tarkovski en su ensayo Esculpir en el tiempo afirma: “El arte y la ciencia son formas de apropiarse del mundo, formas de conocimiento hacia la verdad absoluta”. Y la escritora Lola López Mondéjar, en su libro El factor Manchausen: psicoanálisis y creatividad, nos dice: “Sin el arte, sin la obra de los artistas el mundo no sería soportable”.

Estas y otras reflexiones me han venido a la cabeza mientras disfrutaba del libro que nos ocupa; porque este es, a mi juicio, una declaración de amor al séptimo arte; una reivindicación del cine como herramienta de aprendizaje, de autoconocimiento, y como expresión artística capaz de turbar, pero también de consolar.

Miradas de cine me parece además un sugerente título, abierto a un juego de espejos, al caleidoscopio que podemos encontrar cuando nos sumergimos en una película. Por una parte, las miradas de los cineastas que cobran vida en el libro (Chaplin, Coppola, Bergman, Buñuel, Dreyer, Hanecke, Kazan, kieslowski, Kore-eda, Visconte o el mencionado Tarkovski, entre otros): ellos nos regalan con sus obras su visión del mundo, tienen algo que contar y saben hacerlo con un estilo propio convirtiéndose así en creadores, en artistas; por otra parte, la mirada de Javier, su manera de analizar las imágenes fílmicas, de desentrañar las historias reviviéndolas, dibujando a través de las palabras todo un mundo de sentimientos, de peripecias vitales que hace suyas, y que comparte con nosotros dejándonos penetrar al otro lado del espejo, actuando de mediador entre el espectador y la obra cinematográfica; y por último, el título apela también a nuestra mirada, y en última instancia, a la de la película recreada que parece tener vida propia y mirar en nuestro interior. Y puesto que el cine es el arte de la mirada, el libro nos invita también a educarla, nos ayuda a descifrar la riqueza y complejidad del lenguaje cinematográfico para poder disfrutarlo en todo su esplendor.

Con una prosa elegante y pausada, llena de ritmo interior, el autor va analizando las películas, contagiándonos el amor que siente hacia ellas. Nos allana el camino, y de su mano accedemos a ellas sin huir del dolor, de la incertidumbre, del miedo o la turbación que puedan provocarnos. Porque la fuerza del arte, ese que nos transciende, ese que es intemporal o más bien eterno, no evita ningún sentimiento humano, sino que indaga en ellos, quiere comprenderlos haciendo suyas las palabras de Sócrates cuando dijo que “El mayor de todos los misterios es el hombre”.

Cine envolvente el que explora este libro, y lo hace con palabras envolventes.

El lenguaje que utiliza Javier es preciso y rico en matices, y está siempre al servicio de una exquisita sensibilidad y de una gran penetración psicológica. Es por ello que nuestro autor consigue el milagro de aunar la sencillez y la hondura, la disertación amena, no exenta de erudición y la subjetividad de la pasión, porque nunca pretende ejercer de crítico, ni sentar cátedra, sino compartir con nosotros sus descubrimientos, sus reflexiones sobre unas obras que admira; obras que indagan en la naturaleza humana a través de los dilemas y las tribulaciones de unos personajes que percibimos cercanos por muy lejos que nos encontremos de ellos.

De esta manera, el autor nos hace sentir, ver y oír unas historias que poco a poco penetran en nuestro interior convirtiéndose en una sinfonía de imágenes. Y digo sentir, porque en la médula de estos artículos late una filosofía humanista que nos insta a mirar de la manera más profunda posible.

Javier nos recuerda que cada una de estas miradas de cine pretende alcanzar la universalidad, que sus creadores parten de una realidad concreta para alzarse por encima de ella y hacernos entender un poco mejor la compleja diversidad que nos rodea; partiendo de otras vidas nos ayudan a entender la Vida con mayúscula.

Son historias que no pueden dejarnos indiferentes, a poco que nos preocupen nuestros semejantes y nuestra propia condición humana. Porque cada una de ellas nos abre los ojos a la belleza y a la fealdad del mundo, al mismo tiempo que nos interpela, que nos obliga a mirar en nuestro interior, a pensar en nuestras contradicciones, en nuestra conciencia y en nuestra responsabilidad ética como sujetos históricos.

Así, en estas notables películas que, en su mayoría, forman parte del imaginario colectivo de quienes amamos el cine, se tratan las relaciones familiares desde sus múltiples ángulos, se disecciona el amor, el devastador paso del tiempo, la búsqueda de las utopías, los sueños y su difícil encaje en la vida diaria, la lucha de clases, la justicia y su antítesis, la hipocresía, la maldad,  la inocencia y la bondad, y también la sociopatía y la violencia en algunas de sus más terribles manifestaciones, y hasta el sentimiento filosófico, metafísico y cósmico que nos embarga, como seres inmersos en un universo inabarcable que siempre intentamos descifrar.

La parte final del libro es un interesante análisis sobre las íntimas conexiones que existen entre el cine y la literatura. Y es que uno y otro, como bien nos explica el autor, aunque utilicen lenguajes diferentes, se necesitan, se vampirizan mutuamente.

La literatura construye imágenes en nuestra mente, y el cine escribe con imágenes, pero ambos parten del lenguaje, de la necesidad de comunicar, de contar historias. Y ambos nos permiten viajar a lugares desconocidos, nos invitan a vivir aventuras, a multiplicarnos poniéndonos en la piel de personas muy diferentes a nosotros; ambos ensanchan nuestra mirada y nuestra humanidad haciéndonos desarrollar, en definitiva, algo tan necesario para convivir como la empatía. Y, por supuesto, no podemos olvidar la capacidad que tienen de hacernos soñar, de hacernos sentir que el tiempo se expande. Ese quizá sea el poder terapéutico del arte.

Hay en este libro recomendaciones que abarcan distintos géneros, estilos, temáticas y épocas. Y todas ellas nos entretienen de la mejor de las maneras: haciéndonos aprender. Y es que un buen libro siempre es un antídoto contra el aburrimiento, una promesa de consuelo, de evasión enriquecedora, y si además es un buen libro sobre ese universo deslumbrante llamado séptimo arte, el gozo está asegurado.

Este es un libro que se saborea, que provoca un sosegado deleite, que nos mantiene absortos, mientras nos sumerge en cada una de las historias que desgrana con profundidad y delicadeza, y eso en nuestro mundo actual donde prima la rapidez, la superficialidad y la dispersión es todo un lujo.

Y parafraseando las palabras de Javier en el artículo titulado “Doble muerte en Venecia”, si Visconti se apoya en Mann y en Mahler para construir una película hermosa, una obra que logra su razón de ser , nosotros podemos afirmar que en estas Miradas de cine nuestro autor se apoya en un puñado de obras de arte para construir un libro muy recomendable, una obra literaria con entidad propia.

Termino mencionando un extracto del artículo “Extraños en un tren”, donde, con un lenguaje que roza la poesía, el autor nos explica  el efecto que puede provocar el arte del maestro Alfred Hitchcock: Se apodera de nuestras emociones y nos aproxima peligrosamente a lo invivible. Cuando, ya al final, nos libera de esa prolongada turbación, aterrizamos, trastocados aún, en nuestra serena realidad, en nuestra vida lenta, con sus constantes preguntas y sus sigilosas amenazas.

No se puede describir mejor lo que una obra de arte nos puede hacer sentir.

Fotogramas de literatura. La magia de las palabras al servicio de la magia del cine.

 

 

Mª Engracia Sigüenza Pacheco (Orihuela, enero, 2020)

Entrevista a María Engracia Sigüenza por Ada Soriano

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María Engracia Sigüenza:

Cuando regresan las musas traen con ellas la alegría, pero también el desasosiego

Una vez que lanzas al mundo un poema y alguien lo interpreta, te das cuenta de que siempre ha estado vivo, presto a transformarse.

Llega a mis manos El fuego del mar, (Editorial Celesta, Madrid, 2018) de María Engracia Sigüenza Pacheco, prologado por José Luis Zerón Huguet, con quien la autora mantiene una entrañable amistad. A pesar de que es su primer poemario publicado, me consta que María Engracia escribe desde hace años y puedo afirmar, tras haber leído este libro con verdadero interés, que una cosa es segura: sus poemas no aburren porque hay en ellos pasión, sensualidad, devoción y empeño. Y es que El fuego del mar es un poemario apasionado, repleto de imágenes y metáforas muy logradas.

María Engracia Sigüenza nació en Orihuela en 1963. Es licenciada en Filosofía y Ciencias de la Educación, en la especialidad de Psicología por la Universidad de Murcia. Ha trabajado en psicología clínica y como profesora de filosofía. Actualmente se dedica a la orientación educativa.

Ha participado en libros colectivos como El libro de Plomo (Ediciones Empireuma, Orihuela, 2013) También en antologías y exposiciones. Asimismo, ha publicado artículos y poemas en diversos medios como Cuadernos del Matemático, Opticks Magazine, Las afinidades electivas, Frutos del tiempo y Empireuma.

Hay llamas que ni con el mar”, escribió Ignacio Cano para la célebre canción de Mecano que lleva por título El 7 de septiembre.

María Engracia, observo en tu poemario, especialmente en la segunda sección, que rindes homenaje a la mujer.

Soy totalmente consciente de la invisibilidad que ha sufrido la mujer a lo largo de la historia en todos los ámbitos y, por supuesto, también en los altares del arte y la cultura. De hecho, se nos sigue ninguneando en los museos del mundo y en los grandes premios literarios (las mujeres solo representan el 5% de los Nobel y el Cervantes solo lo han recibido 4 frente a 36 hombres). Por eso, y porque soy una buscadora a la que le encanta indagar y descubrir tesoros más o menos ocultos, me he preocupado de leer a escritoras. Me resultó muy fácil llegar a los escritores que he admirado siempre; eran los recomendados en cualquier libro de texto o crítica literaria. Crecí leyendo a Dostoyevski, Tolstói, Victor Hugo, Stendhal, Camus, Cortázar, Kafka, Cortázar, Poe, Baudelaire, Rilke, Whitman, Paz, Lorca, Hernández, por citar algunos de mis favoritos. En cambio a ellas: Woolf, Dickinson, Flannery O´Connor, Elena Garro, K. Mansfield, Lispector, Beauvoir, las hermanas Brontë, Rhys, Austen, y tantas otras, las fui descubriendo por mi cuenta después de un proceso más costoso, y caí tan rendida a los pies de todas que, llegar a las sucesoras, fue un proceso mucho más fácil.

Las que aparecen en mi libro, y a ti te incluyo, me han ayudado de una u otra forma a construir el poemario, al igual que los escritores que menciono. Que, finalmente, ellas ocupen más espacio, me encanta. Es una especie de justicia poética, un ejercicio espontáneo de sororidad y agradecimiento. Dos ejemplos concretos son los poemas Edith y Pasífae habla; en ellos he querido dar voz a dos mujeres (Edith: la mujer de Lot bíblica y Pasífae: la mujer del rey de Creta y madre del Minotauro), para que a través de mis versos pudieran rebelarse de un destino marcado por los hombres.

Aunque El fuego del mar es un libro esencialmente vitalista y sensorial, aparece constantemente la muerte como contrapeso. De hecho, está dedicado a la memoria de tu padre.

Siempre he sido una persona pasional y vitalista y, a medida que el tiempo pasa, estas características se acentúan. Curiosamente, pienso que esta vitalidad nace de las dos fuerzas, aparentemente contrapuestas, que rigen mi vida: el Amor y la Muerte.

Y efectivamente del amor a mi padre, de su recuerdo y también del dolor de su prematura muerte, brota una parte muy importante de mi fuerza, de mi vitalismo.

Dos rasgos que definen mi estilo poético son las imágenes (telúricas y cósmicas, artísticas y mitológicas) y las paradojas. Quizá porque veo con claridad que nuestro mundo está formado por fuerzas contradictorias que se complementan. Todo lo que existe tiene su contrario, su contrapunto, y en este orden de cosas la muerte es la gran paradoja porque también es generadora de vida.

Cuando pienso en la muerte nace en mi interior un amor a la vida arrebatador; es entonces cuando realmente tomo conciencia del milagro de vivir. Por eso este sentimiento tan fuerte, esta paradoja tan potente, está siempre presente en mi obra, y en este libro ha dado lugar a muchos poemas, sobre todo en la última parte: La mirada de Cronos, pero también en las otras dos: El espíritu de Gea y Atenea y las Musas.

La mitología está muy presente en tu obra. En mi opinión, supone una enriquecedora aportación metafórica.

Me atrae desde siempre. No sé cuándo empezó en mí ese interés, pero fue muy tempranamente. Primero, leyendo La Ilíada y La Odisea, La Eneida, La metamorfosis de Ovidio, etc.; después, las tragedias de Sófocles y Eurípides y a los poetas latinos. Por supuesto, aprendí a amar el mundo griego estudiando filosofía.

Lo cierto es que pronto descubrí que la mitología está presente en todas las artes y disciplinas. Cuando viajas te das cuenta, cada vez que visitas un monumento arqueológico, un museo o a una galería de arte, que todos los artistas se han inspirado y se siguen inspirando en ella.

Creo que la mitología es un mundo fascinante e infinito, creatividad en estado puro; la muestra más clara de que la humanidad siempre ha necesitado la imaginación para sobrevivir.

Aunque obviamente he profundizado mucho más en la grecolatina, que es la que ha conformado nuestra civilización, la que está en nuestros orígenes y la que me ayuda a expresar multitud de inquietudes y sentimientos, lo cierto es que me interesa la mitología en general. Creo que, además de fuente de inspiración, nos ayuda a conocernos y a unirnos como especie.

En el poema titulado El mundo, que dedicas a Emily Dickinson, es la poeta la que habla. ¿Cómo surgió este acontecimiento, tan intenso en su brevedad?

Surgió un verano que dediqué, entre otras cosas, a releer a Emily Dickinson, una de mis poetas de cabecera. Tenía la mente llena de sus imágenes, de su compleja sencillez, de su hermética transparencia, de su profundo amor por la naturaleza y por el mundo (sobre el que reflexionó con una gran penetración sin apenas salir de su habitación). Y me pareció que ella me instaba a escuchar la voz de lo auténtico, de lo que nos rodea con humildad y contiene la esencia de la vida, de todo lo realmente importante que nos pasa desapercibido, enredados como estamos en absurdos y alienantes quehaceres. Me sentía impregnada de ella y por eso decidí dedicarle el poema.

¿Añadirías algún nombre más a esa lista de escritores y escritoras que te acompañan?

A los clásicos que he mencionado antes vuelvo con asiduidad pero, como ya he dicho, siempre estoy buscando. Mi curiosidad intelectual crece con los años, quizá por ser consciente de esa finitud, de esa fecha de caducidad que nos atormenta, como atormentaba a los replicantes de la maravillosa película Blade Runner. Necesito encontrar nuevos tesoros y siempre los encuentro, de hecho, abundan por todas partes, solo hay que saber mirar, buscar en los lugares adecuados y estar alerta. A veces una lectura me lleva a otra, o sigo las recomendaciones de mis amigas y amigos. Como dije en una entrevista anterior, leo a escritores y escritoras de mi entorno, sobre todo de Orihuela y de Murcia. Sigo sus publicaciones, nos vemos a menudo e intercambiamos conocimientos y amistad, por lo que no faltan las ocasiones de aprender, de retroalimentarnos mutuamente.

En poesía releo a menudo a Sylvia Plath, a Ted Hughes (la mítica pareja) y a Anne Sexton, y últimamente he leído con entusiasmo a Sharon Olds, Louise Glück y algo de Mary Oliver (hay poco traducido), a las que llegué a través de los Pulitzer de poesía. También me emocionó descubrir a Alice Munro –creo que fue a raíz de un artículo de Elvira Lindo-, unos años antes de que le fuese concedido el Nobel. Escribí varias reseñas apasionadas sobre ella cuando aún no era muy conocida y lo mismo me sucedió con Flannery O´Connor, Medardo Fraile, Richard Ford o Lucía Berlín, grandes cuentistas que he ido descubriendo gracias a mi predilección por el género del relato.

Another Earth es un poema extremadamente cósmico. ¿En qué instante sentiste dentro de ti la explosión de una supernova de sangre?

Ese poema está inspirado en la película Another Earth (Mike Cahill, 2011),  igual que Un viento salvaje lo está en la canción Salvaje es el viento versionada magníficamente por Nina Simone y David Bowie, artistas homenajeados en ese poema.

Y si la canción me interesa porque habla del poder regenerador del amor, la película me inspiró porque reflexiona sobre el dolor y la muerte, también como potencias que impulsan la vida.

Es una película ambientada en el futuro y la protagonista es una chica recién graduada en astrofísica que, al inicio de la película, comete un error fatal que arruinará su vida; una tragedia que la hunde pero no la vence y que la llevará a luchar sin descanso buscando el modo de reparar lo irreparable. Como soy una apasionada del cine, entendido como séptimo arte y en todos sus géneros, descubrí esta obra de cine independiente y bajo presupuesto y me impresionó por su profundo humanismo y por su interesante reflexión sobre nuestra conexión con el Tiempo y el Universo. Temas que también forman parte de mi poética.

De todo eso y de la identificación con la protagonista nació un poema que habla de una persona en crisis, una mujer que siente que su vida está rota, pero que no se da por vencida. Su sufrimiento la impulsa a luchar para alcanzar la expiación.

Las metáforas cósmicas me llegaron enseguida a través de la película y además eran las que más se acercaban a lo que quería transmitir. Porque cuando sufres una pérdida terrible, el dolor es tan fuerte que sientes que algo explota dentro de ti y llega hasta el universo.

¿Cualquier manifestación puede conducir a un acto creativo?

Sí, absolutamente todo. Todo lo que me rodea, todo lo que forma parte de mí me resulta inspirador. La vida, las personas, el arte, la cultura, la mitología en general y, especialmente, la grecolatina. Y por supuesto la Naturaleza. Porque somos naturaleza, y también seres cósmicos y misteriosos.

Como dice Annie Dillard, una escritora que acabo de descubrir gracias a José Luis Zerón, gran amigo y poeta: “Nuestra vida es una tenue traza sobre la superficie del misterio”. Y de ese misterio nace la poesía, que yo identifico con la fuente ignota de la vida en el poema Escucha y con un universo en expansión al inicio de Another Earth.

Y es que una vez que lanzas al mundo un poema y alguien lo interpreta, te das cuenta de que siempre ha estado vivo, presto a transformarse. Creas en él un universo que nunca está terminado y que otros al leerlo, al imaginarlo y recrearlo, se encargan de expandir.

¿Qué sientes al concluir un poema?

En primer lugar, una paz interior, un estado de bienestar y sosiego, una alegría que es el eco del chute de adrenalina, de la dopamina que se libera durante y después del proceso creativo. Pero este estado dura poco. Enseguida retorna la incertidumbre de no saber si la poesía volverá a llamarte; y cuando regresan las Musas traen con ellas la alegría, pero también el desasosiego, la duda de si serás capaz de crear algo bello, algo que se acerque a lo que sientes y quieres transmitir, algo de lo que puedas estar honestamente orgullosa.

A mí me cuesta mucho sentirme satisfecha, por eso no tenía prisa por publicar, más bien sentía y sigo sintiendo el apremio de continuar aprendiendo. Aunque también he comprendido que los poemas pertenecen al mundo, y que no sirven de nada escondidos en un cajón. Por eso he decidido compartir, desprenderme –como dicen los versos del poema que cierra el libro- y el año próximo publicaré Huellas en el paraíso, un poemario que tengo terminado, y quizá me anime después a sacar un libro de relatos que también guardo en el cajón.

¿Ha llegado el momento de vivir?

Quise terminar el poemario con unos versos que son un recordatorio, con un poema que me recuerda lo que no quiero ni debo olvidar. Creo que siempre es el momento de vivir, de abrir los ojos a todo lo que nos rodea y de exprimirnos, como decía Alberti.

La vida se renueva constantemente y nosotros no podemos quedarnos estancados. Tenemos que aprender a vivir continuamente, adaptándonos a las nuevas situaciones, celebrando los dones que nos vamos encontrando en el camino y entregando lo que tenemos, nuestros frutos. No concibo otra forma de estar viva.

Acabo de terminar de leer el maravilloso ensayo Una temporada en Tinker Creek, de Annie Dillard, la autora antes mencionada, y al acabar la lectura, además de quedarme totalmente fascinada por una autora en estado de gracia, capaz de asombrarte en cada una de las páginas que escribe, me ha quedado claro que en nuestro mundo: “(…) la libertad cultiva la belleza y el horror en la misma rama viva.” Y: “(…) es la muerte quien hace girar el globo”, utilizando sus palabras.

Un libro inolvidable que me ha hecho más consciente, si cabe, del milagro, del regalo que supone la Vida.

Y termino con unos versos del poema Heridas, que dedico a Frida Khalo y Ada Soriano y que creo que recogen casi todo lo que hemos hablado.

(…)

Ante la mirada conmovida de los dioses

la Moira corta los hilos.

Pero nada termina.

La fuente nunca se agota.

Ofelia resplandece de vida

en un río que no cesa.

Ada Soriano, julio 2018.

Ada Soriano

Poeta y escritora. Nacida en Orihuela el 30 de diciembre de 1963. Codirectora de la revista de creación literaria Empireuma y colaboradora de la revista socio-cultural La Lucerna. Es autora de dos plaquetas y seis libros de poesía. Colabora en MUNDIARIO.

Sobre El fuego del mar, de María Engracia Sigüenza Pacheco, por Javier Puig

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Tenía muchas ganas de sumergirme amplia y detenidamente en la poesía de María Engracia Sigüenza Pacheco, de la que había recibido, primero aislados destellos, y luego una mayor visión en la lectura poética que hace un par de meses compartiera conmigo en Orihuela. Ahora, por fin, disponemos de parte de sus poemas reunidos en un libro extenso, El fuego del mar, editado por Celesta, rico en su elaborada verdad, en la sabiduría de sus dudas certeras, de sus preguntas esenciales, un poemario que logra aunar la diversidad en una dialogante coherencia.

Un poeta debe pretender que de su libro resulte un aporte de genuinas observaciones de la vida, una feliz confluencia desde lo inesperado. En este sustancioso libro, María Engracia lo ha conseguido casi siempre. Con un lenguaje sencillo, ha sabido transmitir a un público relativamente amplio un sentir nada superficial. La autora ha alcanzado en muchos momentos aquello que el lector espera de una obra literaria, que le ponga palabras a sus mudas pero fuertes sensaciones, que construya un universo lingüístico que podamos compartir.

El poemario se divide en tres partes diferenciadas, aunque claramente asignables a una misma voz. Las temáticas o los enfoques son tangencialmente distintos. Así, en la primera, El espíritu de Gea, encontramos ya esa sensibilidad enfrentada, ese amor a una vida tan vulnerable por la amenaza de la desazón y de la muerte. En Deseo, el don del sexo es ejercido con fruición, utilizado como ardiente oposición a la muerte: “Quiero la miel salvaje de tu boca /… / Quiero ahogar el miedo/ en el mar de tu garganta, / incendiarme de vida/ en la llama de tus labios”. He aquí una de las múltiples referencias a ese fuego que – junto al agua – es origen y persistencia de la vida, y es núcleo recurrente en este poemario.

En Todo, se explicita esa resolución de no renunciar a ninguna de las caras de la vida, incluso a las más ominosas y crueles: “El amor sin límite / y el dolor sin medida. Todo”. Lo que se propone es una vida incandescente, una mirada abarcadora. En Fuego, se ahonda en esas contraposiciones: “Contiene el caos del universo / y el orden de la vida”. Aquí no hay fusión con el mundo, alianza apaciguadora con las fuerzas adversarias, sino lucha candente. En el poema Paradojas, se ejemplifican algunas de las ideas transversales en las que insisten estos poemas: “A veces la noche está viva / y el día trae la muerte / con los sables del sol”.

Dolor me ha parecido uno de los mejores poemas de esta primera parte. En sus versos, se expresa una de las más recurrentes ideas con las que nos encontramos: la empatía con el sufrimiento ajeno. Porque no es este poemario una reivindicación de una lucha exclusivamente propia sino que la misma está enlazada con el hermanable sentir de la humanidad; y eso, los lectores lo notamos desde el primer momento: “Duelen los abismos de la humanidad. / Duele la inocencia asesinada/ en los altares de la infamia”. Pero la autora no se conforma con esa constatación, con esa obviedad y, en su línea de profunda indagación de las contradicciones, nos dice. “Pero el dolor nos cura, / el dolor se enfrenta a las heridas, / el dolor siente, sufre, lucha / vive y nos hace vivir”. Y, en esa defensa del sentimiento encendido, se atreve a ir más allá: “La indiferencia es la Muerte”. La reacción ante la adversidad siempre está evocada, las propias fuerzas se extraen de la colisión con el supuesto enemigo: “Con el hilo invisible de la rabia/ tejeremos el tapiz sagrado del recuerdo, / y el dolor alumbrará belleza”.

En la segunda parte, Atenea y las Musas, María Engracia recorre esas figuras del arte que, con su lucidez, también han configurado nuestra compleja visión del mundo. De esta parte destacaría Un Viento salvaje, donde la autora vuelve a preguntarse sobre lo grande. Le inquiere a lo decisivo una respuesta que no llega y que acaba surgiendo, vitalista, en el propio interrogador: «Y solo queda, vivir, vivir/ y escuchar a los muertos. / Mientras, entre las tinieblas, / el francotirador aguarda”.

La última parte, La mirada de Cronos, es la más dramática, en la que está más presente la muerte; y también aquella que alberga los versos más intensos, el enfrentamiento más directo con una verdad a la que se le reconoce su supremacía frente a la gran pequeñez de la condición humana. Y es que, frente al Tiempo, hay una guerra desigual, en la que el ser se alivia con la momentánea satisfacción de la humana voluntad: “Yo lo desafío: / delante de sus ojos / me inyecto la médula de la vida”. El poemario avanza hacia una reconciliación, hacia un reconocimiento mutuo en la vida. El tiempo es de lo que estamos hechos. Nos acoge y alimenta en cada instante de nuestra existencia. Otro de los poemas, Tu recuerdo, es un emocionado ejercicio de conexión con lo ausente, con el padre fallecido que aún habita en los pliegues más ocultos de uno mismo. Es ese reencuentro ansiado la reconstrucción imaginaria de una presencia que reside en lo ignoto.

En La visita hay un recorrido por las imágenes más emotivas de un pasado siempre amado, un retorno a la infancia para recuperar la mirada más pura, aquella que nace exenta de palabras, de cálculos, de construidos deseos, y que es presente continuo, desnuda experiencia que penetra sin filtros en la memoria, que nos detiene y nos invade con una pregunta esencial que no logramos entender.

En Vivir encontramos de nuevo la llamada a la lucha contra la natural adversidad como acción necesaria: “Deja que ardan tus pupilas / para ganar otra batalla perdida, / y prepárate para vivir muriendo”. El bien de la vida es nuestra capacidad de lucha, sin la que estaríamos inmersos en la rendición más aniquiladora. Despedida nos habla de otra presencia de la muerte, esta vez la de un niño, expresada siempre desde un alzamiento de la mirada, desde lo oscuro hacia los atisbos de la luz: “Una pena negra y silenciosa / que eterniza la luz de tu sonrisa”, “un recuerdo que nos une / para siempre / a las flores de la tierra”. La Herida es uno de mis poemas favoritos del libro. Me parece magistral, redondo. Encontramos en él esa asunción de que la vida produce daños que marcan.

Resurrección es otra confirmación de esa vital necesidad de salir de los golpes que nos encierran y nos abruman entre los ecos de la negritud. Y es que estamos ante un poemario que no se arredra ante la contemplación de esas sombras que son avanzadillas de la muerte. En todo momento vuelve a esa convicción que exalta y enaltece: “El arrebato de sentirme viva”.

El fuego del mar es un intrépido recorrido por las insolubles incógnitas de la existencia, la riquísima expresión del sentimiento que quiere crecerse ante las grandes afrentas que nos inflige el poder de la vida. Propensos a las recaídas, lo único que procede es levantarnos incansablemente y rescatar esa, a veces, sepultada alegría de estar vivos. Es este libro la descripción de una guerra entre las luces y las sombras. María Engracia Sigüenza no nos ha ocultado ninguna dura verdad pero tampoco nos ha escamoteado el camino de una apasionante pervivencia. Como bien dice en su último verso: “Ha llegado el momento de Vivir”.